viernes, 29 de junio de 2012

De ajíes picantes y viejos celtas

De ajíes picantes y viejos celtas.
          A finales de los 80 y comienzos de los 90 la escena punk tuvo un repunte en Los Ángeles. Era el extremo sur de la balanza que mantenía un precario equilibrio musical con el grunge que nacía al otro extremo de la romana, en Seattle. El balanceo sonoro de la costa pacífica estadounidense terminó por ladear hacia el norte, y el grunge tomó las riendas del forcejeo. Pero L.A dejó huella memorable: Red Hot Chili Peppers. No es poca cosa lo que al viejo escocés Brendan Mullen – abono de abedul desde 2009 en paraje californiano – le deben los Red Hot Chili Peppers: el trampolín para el salto a la pileta de la fama. Gracias a Brendan Mullen los musicales y  picantes ajíes tensaron cuerdas, mostraron su piel de murales, brincaron, reventaron baterías y cabezas de espectadores en los más importantes clubes de música Punk de Hollywood y Los Ángeles. En el disco I´m With You, los R.H.CH.P se reivindican con el otrora céltico Mullen y en su honor garabatean, tocan y tararean la Brendan's Death Song. Debajo, el tema.

miércoles, 27 de junio de 2012



El serpentín de la vida.
       Suelo colar el tiempo como en un alambique, por la hendidura de ausencias que soporto. Y suelo perderlo por la misma grieta. Suelo dejar que la vida, la mía, se separe de mí y me tribute una mueca viajera, similar al obsceno gesto del transeúnte ante la errática maniobra del conductor. Para dolores debería alcanzarnos con los físicos pero esos son los benignos aunque no lo sean. Y para incólumes los inmortales, si acaso. No hay fisura sin quebranto, no hay dolor sin aposento aunque no sea material la morada. Nunca habrá desvarío donde cerebro falte, nunca habrá cobardía sin contraste, pendejada sin hombre que la resista.

viernes, 22 de junio de 2012

De la caricia intocable.



De la caricia intocable.
           En 1938 el compositor Samuel Barber escribió su Adagio para cuerdas (Adagio for strings). La faena es un arreglo de otra composición, también suya, de 1936. Con el tiempo el megalito sonoro se convirtió – por la inflexión – en la pieza más triste de la música clásica, por delante del Dido´s Lament (Dido y Eneas), de Henry Purcell y el Adagietto de la 5ta Sinfonía de Gustav Mahler. El 12 de abril de 1945 la obra maestra de Barber acompañó el quejido radial que anunció la muerte de Franklin Delano Roosevelt. Después de los atentados del 11 de setiembre de 2001 contra el World Trade Center, el Agadio for strings se ha convertido en la referencia melódica, de oído, del dantesco suceso. Películas de notable factura como El hombre elefante, Platoon, Amelié, incorporaron ese buen parto de Barber dentro del soundtrack original. El tiempo no puede matar lo que se le escapa; siempre habrá una oreja para esta caricia.

P.D: En la foto, una escena de la película Amelié.

miércoles, 20 de junio de 2012

Cuba es un piano que alguien toca detrás del horizonte.


Cuba es un piano que alguien toca detrás del horizonte.
               
        Desde que parí este blog allá por el remoto 2008 no es mucho lo que de ajena producción he publicado en él. A memoria turbia: algún artículo de Carlos Alberto Montaner y de Martín Santiváñez Vivanco. Ahora coloco un fragmento de un texto del escritor cubano César Reynel Aguilera, cuyo aliento – el del texto – genera una admirable saudade extratropical. Fueron palabras que su autor ofreció a los presentes en el evento Cuba por fuera/Cuba inside out, que tuvo lugar en la Universidad de Nueva York el pasado 8 de junio, dedicado a la cultura cubana fuera de la ínsula y a los proyectos que genere la iniciativa. Pero no puede haber camisa de fuerza para tan bellas palabras. Aquí debajo las entrego. Disfrútenlas.


Distancia, tiempo, literatura, Cuba y ubicuidad. Tomo notas y vuelvo a mirar al mar. Es Historia aceptada que los habitantes de Abaco vivieron durante mucho tiempo de rapiñar naufragios. Cualquier mapa enseña que esa es una de las islas de Las Bahamas que está más cerca del Atlántico. Los barcos venían del alto a toda vela, le entraban confiados a los bajíos y se descuadernaban para convertirse en industria. Los habitantes de la isla (¿abaquenses?), conocedores de corrientes y arrecifes, se encargaban de sacarlo todo; de recuperar y “guardar” desde el ancla hasta la rondana del palo mayor, desde el mascarón de proa hasta los ornamentos de popa. De eso vivieron durante mucho tiempo.
Esa industria llegó a ser tan productiva que cuando la corona inglesa decidió construir un faro, en la isla de Abaco, casi todos los habitantes se opusieron activamente a la idea. Los sabotajes fueron tantos y de tal magnitud que tomó varias décadas, bajo protección militar, poder culminar la empresa. Después de inaugurado el Faro, sin embargo, la gente aprendió a crear luces falsas que guiaban a los barcos hacia los bajíos más convenientes, y así siguieron viviendo de rapiñar naufragios.
Miro al mar. Cuba es dos Morros con siglos de honestidad. Esa idea de ser Faro vino después; antes fuimos eso que siempre seremos: un cruce de caminos. Un punto por el que tenían que pasar casi todos los barcos que iban o venían hacia Las Américas. Un nodo y un nudo que fue tejiendo —a puntadas y bordadas— una cultura hecha de velas que llegaban en caravanas y dejaban, en los puertos de La Habana y Santiago de Cuba, algo más que mercancías: dejaban noticias, ideas, palabras, sonidos, religiones, esperanzas y nostalgia... mucha nostalgia.
La mayoría de las personas que llegaron a Cuba en esos barcos lo hicieron en busca de fortuna. Esa es, quizás, una de nuestras grandes diferencias con Las Bahamas, un país que debe una buena parte de su hechura a aquellos colonos ingleses que fueron leales a la corona y, en consecuencia, tuvieron que salir huyendo del territorio americano a raíz del triunfo de la Revolución de las trece colonias. Para ellos el regreso era una pesadilla, para los que llegaban a Cuba, sin embargo, el regreso siempre fue un sueño.
Muchos de esos soñadores fueron de un origen que hoy llamamos “español”, pero que en realidad nunca dejaron de reconocerse, algunos todavía lo hacen, como furibundamente asturianos, gallegos, catalanes o vascos. A esa masa predominante de “españoles” se sumaron chinos, irlandeses, ingleses y, con el tiempo, norteamericanos y rusos. Todos marcados por el regreso, todos marcados, a pesar de los siglos que los separan, por ese mirar al mar como a un espejo de paciencia, por esa forma de contar el tiempo en años, meses y días para un retorno que casi nunca sucedió, todos convertidos en nuestra primera hermandad de ultramar.
Durante siglos, también, llegaron barcos cargados de esclavos africanos, una masa de hombres y mujeres que al igual que sus captores nunca dejó de mirar hacia ese mar que los separó de la tierra donde habían nacido. Y fue ese deseo espiritual, esas preguntas de ¿cómo estará eso, cómo estarán aquellos que dejamos allá, allende los mares?, o ¿cuándo viajaré a mi semilla? la que hermanó —a pesar de leguas y siglos de distancia—, desde el mismo inicio de nuestra nacionalidad, a los negros con sus dueños, a los oprimidos con sus opresores, a los poderosos con aquellos que un día los derrotarían, y a los racistas con la sangre futura y mezclada de unos nietos que después harían nación.
Con el surgimiento de esa nacionalidad surgió, claro está, una forma de castigo que dio lugar a nuestra tercera hermandad de ultramar. Me refiero al destierro, y a esa variante ligera que hoy llamamos exilio. Pienso en Heredia buscando a Cuba en cada piedra, en cada árbol, y en cada despeñadero de agua que pudiera recordarle las crestas blancas y saladas de su mar; pienso en Martí conspirando para acortar la distancia y el tiempo de su retorno; en Carpentier, más cobarde que una ardilla, metaforizando ese retorno al único sitio donde se sintió seguro en su vida: el vientre de su madre; y pienso en Cabrera Infante declarándose muerto e inmortal en La Habana de un niño que ya nunca regresaría.
Siglos conectados por una misma hebra y un mismo nudo en la garganta. Distancia y tiempo borrados en una cuarta hermandad, esa hecha de varias generaciones de hombres y mujeres que por bien o mal que vivieran fuera de Cuba nunca dejaron de soñar —luchar, exigir, suplicar— sus regresos. Siglos de hijos criados hablando un español perfecto —para cuando regresemos— y de un mismo brindis en Navidad: El año que viene en Cuba. Porque la Nochebuena es, ya sabemos, un renacer.
En Abril de 1980 cortamos ancla y la isla, como un papalote, quedó a la deriva o al pairo, se fue a bolina. Los marielitos marcaron el inicio de nuestra quinta hermandad de ultramar. La de una generación pintada con lemas como “el último que apague el Morro”, “para atrás ni para tomar impulso”, y “a partir de aquí, por suerte, ya no hay regreso”. Distancia y tiempo contados como amuletos de un nunca jamás regresar, copas levantadas cada año para celebrar la partida, el renacer, la felicidad. Porque ¿quién carajos quiere vivir en el infierno? ¿A quién se le ocurre habitar un palacio de blanquísimas mofetas? ¿Quién puede ser feliz en una Cuba que se parece tanto a uno de esos asilos que en inglés llamamos “boarding home”? ¿Hogar de embarque? ¿Casa de abordaje? ¿Con sable en la boca y tibias cruzadas en la frente? No, gracias, ya nos consta que la muerte en vida es una nada cotidiana, y que de un país sin salidas de emergencia se escapa quemando las naves. Generaciones conectadas por un laberinto sin hilos; por un deambular desde Arenas hasta Zoé, por un regreso desde Romay hasta Victoria y Rosales.
Necesito pensar que hay una sexta hermandad de ultramar. Acaricio la idea de que muchos de los que nos reuniremos en Nueva York, dentro de unos días, formamos parte de ese grupo. Una generación literaria que por razones puramente biológicas tendrá, en algún momento, la opción de un regreso que casi ninguno de nosotros, creo, decidirá ejercer. Porque nunca olvidaremos que escapamos del infierno, porque ya tenemos nuestras vidas hechas aquí, porque no nos anima ninguna revancha ni triunfalismo alguno, porque no existimos en la realidad.
Somos virtuales, estamos hechos de palabras e ideas que sólo cristalizan en algo medianamente tangible cuando los desmanes del castrismo logran sacarnos de nuestras vidas reales, de nuestras luchas por las defensas de las mujeres o los homosexuales, de nuestras empresas en quiebra, de nuestras bodas y divorcios, de las tareas de nuestros hijos, de los libros que estamos escribiendo, del barro que pensamos hornear o del plato que queremos cocinar, de nuestras fiestas y cumbanchas, y de nuestros compromisos con los demócratas, con los republicanos, con los liberales, los conservadores, con Amnistía Internacional, África y el Sursum corda.
Sólo los desmanes del castrismo logran detener nuestros relojes y hacernos confluir, a pesar de las enormes distancias que nos separan, en algo medianamente cercano a una entidad real. Cuando eso sucede recordamos que hay un país encallado en el tiempo, un barco llamado Cuba que nuestros padres creyeron faro y terminaron convirtiendo en naufragio. Una tripulación de once millones de cubanos atrapados, como lo estuvimos nosotros, en una pesadilla indecible, en un infierno indemostrable. Cubanos desesperados por saltar sobre la borda, cubanos acostumbrados a la calma chicha o luchando por desencallar, lo mismo da. Para todos y cada uno de ellos sólo tenemos un hilo de palabras lanzadas como un cabo de luz.
Luces hechas de candiles y antorchas, de fósforos en aguacero, de algún que otro quinqué y de chismosas, muchas chismosas. Luces que juntas alumbrarían más que un faro, pero no necesitan hacerlo, porque no hay camino a señalar, porque para un barco varado en el tiempo hay un único mensaje posible: la vida es boga en el mar abierto y brutal de la realidad, el resto es morir respirando.
P.D: Cuba es un piano que alguien toca detrás del horizonte ( Caracol Beach. Eliseo Alberto Diego)

jueves, 14 de junio de 2012

La Trocha mocha



La Trocha mocha.
          Cuando Costa Rica comenzó la de/construcción de la trocha fronteriza paralela al río San Juan, Nicaragua, argumentando que la Trocha destrochaba el ecosistema local, soltó el grito y lo puso en el cielo. En primera instancia, todos en este lado de la ribera fluvial pensamos que el aspaviento de los pinoleros más que evidencias de desastre ecológico exponía la evidencia del desastre económico, la impotencia y la envidia de aquellos que viven en la rivera opuesta del río. Quizá algo de eso hay, pero el tiempo pasó, pasó un pájaro por el torrente a veces turbio, a veces claro del río San Juan, y otras duras, blandujas, pestilentes verdades se destaparon en la cloaca de los dimes y diretes binacionales. Lo que nació y creció – para los que vivimos a este lado del chorro de agua – como síntoma de pujanza y desarrollo económico nacional, termina siendo una vergüenza pública. Nicaragua tenía razón. La lengua de lastre que partió en dos mitades la zona selvática donde se trazó, increíblemente no contó con un estudio previo sobre posible impacto ambiental, y las secuelas del despelote fronterizo en el ecosistema son más grandes que los lunares de la Luna. Más de la mitad de la tronera de billetes que invirtió el gobierno en ese proyecto se evaporó como charco de agua en tórrido verano sin acercarse a la mocha trocha ni por óptico efecto de catalejo. Una lección de Perogrullo nos ha dejado este revolico: no siempre la verdad es la nuestra.   

viernes, 8 de junio de 2012

Réquiem por el progreso.


Réquiem por el progreso.
        
           En Costa Rica para aspirar a una imagen “decente”, a un perfil de atajo que te lleve a concretar un estatus inclusivo frente al quórum, es necesario ser blanco, católico y heterosexual. No lo digo yo, se lo soltó a boca de jarro un tico a la presidenta de esta República, allá en Alemania, mientras cumplía la mandataria itinerario de paseo presidencial. De las tres estacas que sostienen la tienda de campaña del paradigma social local, creo poder sostenerme de una sola porque cubano que no tiene de Congo algo le cuelga de Carabalí, y de católico tengo tanto como amistad tuvieron Catilina y Marco Tulio Cicerón. Mucha verdad llevaban las palabras de aquel que en germánica tierra gritería anti establishment  de la comarca formó. Costa Rica es el clásico emporio del conservadurismo más radical. Único estado confesional en toda América Latina. Una de las contadas con los dedos de una mano naciones de Occidente donde el aborto y la fertilización in vitro están prohibidos por draconiana y feudal ley. No es mucho lo que se puede hacer para trocar unos preceptos cuyas raíces se aferran y nutren en las circunvoluciones cerebrales de la muchedumbre. La mentalidad de grupo de esta nación está más cerca del manierismo festivo del rococó que del momento actual. Aquí en la capital, cualquier día ensamblan una hoguera en el Parque Central o en la Plaza de la Cultura para cobrar  “merecida” e inquisitorial cuenta a todo el que se atreva a vivir en el siglo XXI.

domingo, 3 de junio de 2012


¿Adónde va el palabreo libertino, la libertad cantinflesca?

          No está de más recordar que escritor(a) no es aquel que con todo empeño garrapatea cuartillas y publica libros. Cualquiera pare un descendiente tecnológico de las hilachas de un árbol, protegido el parto malogrado por dos tapas que anuncian lo que en su vientre de folios algún desdichado sufrirá leyendo. Pero no alcanza con enlazar cuatro o cinco metáforas medianamente dignas, o un par de historias semiprecarias frente al ojo público para dejar aquel rasguño en la piedra de que hablara José Lezama Lima. Al escritor el ego en soledad le crece. No se abalanza un escritor(a) sobre los cuatro gatos diletantes que junto a él comparten espacio y tiempo porque su tarea es tratar de colocar otra crucecita en el almanaque de la eternidad. Y eso es cosa seria. En esta comarca, como en cualquier otra, la ignorancia es atrevida, y sin patrones de contraste sólido cualquiera puede creerse lo que no es. Como en cualquier otro lugar, también aquí son frecuentes los artículos que en las páginas de opinión de la prensa, garabatean los escribidores de la comarca. En no pocas ocasiones inspira nulas ganas de pensar lo que se lee y sí mucha compasión, vergüenza ajena, deseos de llorar. Y no hay un alma en esos periodicuchos capaz de ponerle freno a lo que freno lleva. Por tanto, dado que no aparece, ni de lejos se ve en algún rotativo de la comarca un editor, un corrector de estilo que valga tres quilos, es justo que todo el peso de la faena recaiga sobre los hombros del escribiente. El problema es que alguien que respete el oficio – aunque no lo domine – de escribir, no puede darse el lujo de sacar a la luz pública en el periódico más importante del país un ¿artículo? donde se lea algo como esto: Con el corazón en la mano, con lágrimas de sangre, con las cenizas de un antiguo fuego, por citar solo algunas metáforas, seguimos siendo polvo de estrellas enamorado. Animales que aúllan ante el desierto, pájaros que le cantan a la lluvia. (…) ¿Adónde (va) la gracia, la obsesión misma que me hace escribir una y otra página a lo largo de mi vida? ¿Adónde la contemplación, silenciosa y obstinada, que hace soñar al astronauta con naves estelares combustionadas por plasma? (Dorelia Barahona. ¿Adóne de va la libertad? Sección Opinión. Periódico La Nación. Jueves 31 de mayo de 2012) Donde solo cabe una cosa no caben dos ni tres. Ese texto, del cual he tomado, para atenuar horrores, un botón de muestra, más que un artículo de opinión parece un extracto de tertulia pasada de copas en sabatina noche o dominguera madrugada, la clásica nota del suicida o el borrador de lo que de todas formas será un pésimo poema. Aún no se define la ruta. Lo que queda claro es que la verborrea que destila el asunto es abundante; tanta que se convierte en reverencia gratuita a Mario Moreno porque, ¡oye!, según el apiñamiento de palabras los derroteros de la libertad parecen inescrutables pero el lenguaje cantinflesco tiene puerto seguro.