El odio como factor de
lucha. Ernesto Che Guevara.
No se puede asir una
doctrina, o venerar una imagen de ídolo taino en una camiseta, sin conocimiento
previo, si no profundo, tampoco superficial, de causa. No se puede idolatrar un
nombre, apenas porque por algún camino – casi siempre el camino por el que
camina ese nombre – nos llega una versión mejorada de la realidad que vivimos
en nuestro propio camino. Y en realidad, poder, lo que se dice poder, se puede,
aunque no haya como demostrar la veracidad de esa versión “mejorada”. Así es
que mejor digo, escribo: no se debe asir una doctrina, venerar una imagen de
ídolo taino en una camiseta, sin conocimiento previo del tipo ya descrito, porque
ello implica una actitud irresponsable, un desapego imprudente de la verdad aun
cuando sea encontrarla lo que se pretende. No se puede venerar al Che Guevara,
a Fidel Castro, incluso en imagen textil, y detestar a Osama Bin Laden, o viceversa.
Quien se adhiere a la doctrina del argentino y del isleño, también se aferra a
la del saudí porque son una y la misma, incluso más abundante la del
sudamericano y el antillano en el número de ataúdes que a la posteridad
propusieron como herencia. Si por ellos fuera, si de ellos hubiera dependido el
curso de los acontecimientos, por ejemplo, durante la crisis de los misiles en
octubre de 1962, los cuatro sapiens que hubieran quedado vivos en este planeta –
y que no seríamos ninguno de los nacidos después la fecha, no al menos en la
forma que tenemos –, estarían ahora mismo envueltos en piel de conejo cosida
con colmillos de felinos y cazando lagartijas con cerbatana porque Fidel Castro
y el Che Guevara pretendían responder, en octubre de 1962, a una hipotética
invasión con armas convencionales a Cuba, con una lluvia de misiles nucleares. Del
amoroso intercambio epistolar que en octubre de 1962 establecieron Fidel Castro y
Nikita Jruschov, así como de entrevista al Che Guevara y su testamento político,
publicado en la Tricontinental, años después, en mayo de 1967, adjunto algunos
fragmentos; testimonio acusador incontrastable contra ellos mismos. Da todas
formas, nunca falta, ¡ni faltará! quien se tire encima una camiseta con la
imagen del Che Guevara (y alguna que otra he visto ya con la de Fidel Castro). Digo
yo que será porque, aburridos de vivir o renegando de la vida desde que
nacieron, a los propósitos de aquellos agradecen lo que debió ser la posibilidad
de no existir hoy. Si alguno de esos pasa por aquí, y después de leer lo que
debajo cuelgo, se engancha una vez más la camiseta alegórica al rostro de la
demencia, el salvajismo y la irracionalidad, debe tener al menos el valor y la
lumbre necesarios para saber y aceptar que es un soberano imbecil, un cavernícola consuetudinario y
que por extensión, es pura mierda esa imagen que ostenta.
Deseo en estos instantes expresarle muy brevemente
una opinión personal (…) Si los imperialistas invaden a Cuba con el fin de ocuparla
(…) la Unión Soviética no debe permitir jamás las circunstancias en las cuales
los imperialistas pudieran descargar el primer golpe nuclear. (…) si ellos llegan
a realizar un hecho tan brutal y violador de la ley y la moral universal, como
invadir Cuba, ese sería el momento de eliminar para siempre semejante peligro,
en acto de la más legítima defensa, por dura y terrible que fuese la solución
porque no habría otra.
Carta de Fidel Castro a
Nikita Jruschov. 27 de octubre de 1962. (Fragmentos)
Yo entiendo que una vez desatada la agresión, no debe
concederse a los agresores el privilegio de decidir, además, cuándo se ha de
usar el arma nuclear (…) Yo no sugería a usted, compañero Jruschov, que la URSS
fuese agresora (…); sino que desde el instante en que el imperialismo atacara a
Cuba (…) se les respondiera con un golpe aniquilador.
Carta de Fidel Castro a Nikita Jruschov. 31 de octubre de 1962. (Fragmentos)
No tenemos derecho a lograr la libertad sin
combatir. Y los combates no serán meras luchas callejeras de piedras contra
gases lacrimógenos, ni de huelgas generales pacíficas; ni será la lucha de un
pueblo enfurecido que destruya en dos o tres días el andamiaje represivo de las
oligarquías gobernantes; será una lucha larga, cruenta, donde su frente estará
en los refugios guerrilleros, en las ciudades, en las casas de los combatientes.
La
lucha armada es el único camino hacia la libertad.
El odio como factor de lucha; el odio
intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones naturales
del ser humano y lo convierte en una efectiva, violenta, selectiva y fría
máquina de matar. Nuestros soldados tienen que ser así; un pueblo sin odio no
puede triunfar sobre un enemigo brutal. Hay que llevar la guerra hasta donde el
enemigo la lleve: a su casa, a sus lugares de diversión; hacerla total. Hay que
impedirle tener un minuto de tranquilidad, un minuto de sosiego.
Al enfocar la destrucción del imperialismo
hay que identificar su cabeza, que no es otra que los Estados Unidos de
América. Solamente podremos triunfar infringiéndoles derrotas y ocasionándoles
sufrimientos repetidos. Este esquema de victorias encierra sacrificios inmensos
de los pueblos, sacrificios que deben exigirse desde hoy.
No hay más cambios que hacer: o revolución
socialista o caricatura de revolución.