viernes, 4 de marzo de 2011





Recuento.

En Octubre de 2006 forcé la tapia de latón, de fibrocemento, de cartón tabla y de gas sarín que me mantuvo sometido al peñasco yermo en el que i was born, y renací, finalmente, al mundo real. La transición – del secuestro a la libertad – demoró 3 horas, tiempo que discurrió aquel vuelo Habana - Caracas. ¡Treinta y cuatro años de martirio existencial! Se escribe en tres o cuatro segundos, pero hay que ser cubano insular, de los de a pie, comedor de cable por arrobas, adepto a las artes y existencialista – para abundar en desgracias – si se quiere llegar a una impresión genuina del suceso. La amargura en tierra patria se convirtió en catálisis/catarsis los últimos doce meses de sobrevida nacional: del sobresalto a la angustia y viceversa. Trabajo me costó ¡coño! violar la integridad geográfica del cocodrilo peninsular, saltar aquel paredón ideológico constrictor; metáforas que al menos zoológicamente parecen interesantes. Mi aventura continental, a lo Che Guevara, pero con otro enfoque y sin motocicleta, fue como sigue: Venezuela/Curazao/T.Tobago/Surinam/Guyana (ex inglesa, que no hay por que alejarse demasiado)/Brasil/ segunda dosis de Venezuela/segunda cucharadita de Brasil/Panamá/Costa Rica. Carreteras van/carreteras vienen/fronteras van/fronteras vienen/aviones vuelan/aviones llegan/ pasaporte falso para un lado y para el otro. ¡Ya quisiera el Che Guevara haber sufrido lo que yo viví! Seis meses extra de sobrevida: recoge escombros aquí, chapea ese platanal, regala bolsas de agua en aquel estadio, mal come y peor duerme ni digo donde. Pero siempre, en cada lugar, hubo alguien que me ayudó a vivir e intentó hacerme la vida más llevadera. Lugareños, personas y ¡personajes!, humildes y no tanto, conocidos circunstanciales que sin pedir nada a cambio me ofrecían un techo, un plato de comida, alguna forma de ganarme la vida, una sonrisa, una expresión de aliento, una caricia, un beso, un regazo donde apacentar mis temores y tormentos. Nobles cuerpos que nunca más veré y que sin pretenderlo me obsequiaron la primera lección de vida que aprendí veril afuera: hay gente buena en cualquier lugar del mundo, hay humanidad más allá del comunismo.

En las fotos: yo en Noviembre de 2006, en Paramaribo, Surinam, con unas 20 libras menos de las que ahora tengo.