Cristiano Ronaldo, ¿o era Rolando?, el futbolista portugués a quien el dueño del Imperio Merengue acaba de echarle el guante para redondear una nómina que, ultimada con Kaká, intente acaso sacarse el tibor de entre las piernas – hablo de la nómina – y de paso, ponerle una zancadilla al Barca en la próxima temporada de La Liga española de futbol, fue visto y atrapado in fraganti x el lente de los paparazzi, metiendo curda pa´abajo en un lujoso club de Los Ángeles, arropado por la diva de la ignorancia y el mal gusto, el kitsch y la acefalía consuetudinaria aún con los bolsillos chorreando dólares: Misssss Parissssss Hilton. Haciendo burda imitación de Saramago retomo el aliento de aquella descripción detallada de la imagen de Jesús atado al madero, y afeites aleatorios, que rompen el hielo en El evangelio según Jesucristo, para escudriñar en la cosmética de la foto en la que puede verse a Cristiano Rolando – ¿¡el del Cantar?! – ¿o era Ronaldo? comprimiendo el anoréxico brazo izquierdo de Parisss Hilton entre su presumiblemente musculosa espalda recubierta con un pullover del Army y el respaldo del sofá donde ambos comparten la borrachera. En el lugar donde se supone debería estar la nalga derecha de Parisss Hilton, se ha colocado una estrellita colorada – hago énfasis en las espantosas terminaciones en participio con el objeto de aclimatar mejor la escena – para disimular la presencia del hueso que en el caso de Parisss Hilton sustituye lo que en cualquier otra mujer sería una nalga verdadera. El rostro y la postura sedente de Cristiano Rodando ¿o era Rolando? denotan una cercanía envidiable con el perfil psicológico de los subnormales, con énfasis en la p de psicológico para mostrar cierta afectación erudita inexistente. Si usted repara con detenimiento en la ausencia de mirada, la sonrisa y el amaneramiento en la compostura de los brazos del ídolo de Madeira, es probable que renuncie de por vida a seguir cualquier episodio futbolero del Club madrilista. No obstante, hay un gesto, acaso involuntario, del muchachón, en el que más que rozar o acariciar ligeramente a Parisss con el dorso de su mano izquierda, parece q la empuja con la intención de poner tierra de por medio entre ambos, y es tal vez ese gesto el que le salve del ostracismo el día del Juicio Final. El pellizco que Parisss coloca, como al descuido, con su mano derecha, en la zona exterior del tieso muslo derecho del ex Manchester United, no debe sorprender a nadie; porque la cuerda oscura atada a su cabeza – la de la Hilton – como anillo de Saturno, rememora las batidas tribales de los indios Pueblo y los Cherokee – emparentados con la Hilton sobre todo en su manera de hablar “a lo indio” – y dicha cinta en el güiro de la Bratz es la pública señal de que es noche de juerga, la chiquilla sale de cacería, y después de la 3ra copa ya lo mismo le da empatarse con el Crisantemo o con El león de la Metro. El pulso metálico en su muñeca derecha – la de la Barbie recargable – es un ardid, digamos de tipo lumínico, para atraer a la presa, y a la prensa, con la única pero brillante triquiñuela que domina el cerebro de la diva de la nariz jorobeteada: la triquiñuela del resplandor de las candilejas. El risueño leopardo con peluca y disfrazado de gente que les acompaña – a la izquierda en la foto –, sostiene un consolador de baterías de litio con las uñas de su garra delantera izquierda dentro del bolso; el aparato sexual no se ve, ni siquiera se ve la garra, pero sale por deducción. Las copas sobre la mesita no son de bacará, pero tienen su cosa: las hicieron con los cristales de la oficina R-43 del piso 102 del Edificio Norte de las Torres Gemelas. Y es obvio que la curda dentro de los receptáculos es Bacardí añejo 20 años. El puño izquierdo cerrado, con reloj incluido, que aparece justo en el borde derecho de la foto, es puro trucaje: pertenece a una instantánea sacada de la pelea de Muhammad Alí vs George Foreman en Kinshasa, en el ya distante 1974. El brazo enclenque, también a la derecha en la foto, pegado al borde superior, se dedica a masturbar algo que no logro definir porque la instantánea ha sido deliberadamente desenfocada con el propósito de mantener en pie al menos ese raquítico enigma.