lunes, 12 de julio de 2010



¡Olé!

Es difícil ganar partidos en una Copa Mundial de Futbol porque incluso los rivales pequeños se inflaman en esa instancia. El ambientazo, el momento histórico y las ganas de sobresalir ante los más de seis mil millones de pares de ojos que hormiguean desde todos los rincones del Tercer Planeta del Sistema Solar, envalentonan al más insignificante de los contendientes. No obstante, el filtro no perdona; la pelotera se desmembra apenas avanzan las fases, y a etapas superiores de brega solo llegan los equipos de legendario carácter. La Copa se disputa entre las dos bandas que demostraron ser las mejores durante todo el evento. Pocas veces el juego final enfrenta a un equipo de once jugadores, contra un rival de doce. Fue el caso de ayer. Once leñadores holandeses + árbitro central, enfrascados en atroz batalla contra el once español. Desde que el referee sacó la tarjetica amarilla como puchero amonestador ante pedestre golpe de kárate que jornalero tulipán asestó con pierna derecha extendida cuan larga era, sobre el pecho de Xavi Alonso, quedó claro que la pelea sería cuesta arriba para los de La Furia Roja y en balanza desnivelada; pero nunca de león pa´mono porque España le puso carácter al asunto. Holanda + árbitro central hicieron lo que pudieron con el objeto de arrebatarle la Copa a los ibéricos: repartir hachazos a las dos piernas en el medio campo y tragarse el pito en los linderos del área grande naranja. Pero no les alcanzó con eso. Si el partido no tomó categoría de gresca fue por la ecuanimidad de los iberos. España, aun disminuida por el marcaje–golpiza, fue superior sobre la grama y el golazo de Iniesta coronó con justicia la faena de los peninsulares. Más allá de la parcialidad, al árbitro-sargento de policía este juego final de la Copa le quedó enorme; la oratoria le sienta mejor y debería aprovechar la ocasión para editar cuanto antes un par de volúmenes con los discursos que impartió a los jugadores durante los 120 minutos de partido. Para ahorrar dinero, tiempo, desaciertos de analistas deportivos, horas de incertidumbre a la fanaticada, descalabros arbitrales y horas de trabajo extra al acuático nigromante, propongo que para el Mundial 2014 metan de una sola vez en el estanque del Oráculo – con cierto parecido a un pulpo – Paul, 34 recipientes cargados de mejillones, cada uno identificado con la bandera de alguno de los equipos clasificados. Allí donde el Oráculo se dé el atracón estará el triunfador. Por el momento, y de aquí hasta la fecha, España mostrará con orgullo la Copa en sus vitrinas, y esperemos que este equipo siga bailando al futbol como solo saben hacerlo los Campeones del Mundo.