Vecino II. (Final)
Ha muerto el vecino que vivía conmigo. El arco metálico decidió completar
ayer, como un bólido, su letal trayecto en ángulo de 360 grados cuando
el vecino, como cada día, por un pedazo de queso se jugaba la vida. Parafraseando
a Oliverio Girondo se me antoja y digo: muerte súbita, muerte cruel, muerte en
cumplimiento del deber la de mi vecino. No hay júbilo ni sombrerazos al viento
en la orilla opuesta porque fue, si es que la hubo, pírrica mi victoria. Hasta
me atrevo a decir que le guardo mis respetos al vecino, y que lo extraño. No
cualquiera sabe morir con las botas puestas, o con las patas agarrando el
queso, vaya, que para el caso es lo mismo. En fin, medio mar-t-ciano como también
a veces me pongo, reconozco que dos veces vi el alma ayer, dos: cuando murió el
vecino que vivía conmigo; cuando le dije adiós.