miércoles, 27 de noviembre de 2013

Pancarta.



Pancarta.

     Me dijeron hace unos días que dentro de poco tiempo habrá elecciones aquí, en Costa Rica. Fecha exacta no se me pida; ya es bastante con saber que eso habrá. Y queso, para que muerda el nuevo ratón presidencial. Aquello, lo de las próximas elecciones, me lo dijo la madre de mi hija, con sorpresa, cuando le consulté sobre algo que vi en la tele – alegórico al tema –, sentado en la sala de su casa. Juro por lo más sagrado, mi hija, vaya, o mis padres, que no lo sabía: lo de las elecciones, repito y voy por un trío de veces. Ni siquiera sé quiénes son los implicados en el asunto. Tele no veo, jamás. Periódico leo alguno, cada tres meses, y voy de prisa si tomo en cuenta que, según Borges, periódicos deberían editar uno cada cien años, si acaso. Asociando, me doy cuenta ahora del porqué se me hacen “familiares” algunos apellidos: Araya, Chinchilla, ¿Arroyo? ¿Vallarta? ¿Messi? ¿Le Bron James? Tengo la obesa impresión de que no me irá ni mejor ni peor, sea quien sea el próximo presidente de esta República, esté o no yo al tanto del zarandeo del merengue presidencial. Por eso, no me desgasto con esas mierdas al uso y concentro mis energías en menesteres, digamos, de perfil más nutritivo. Al final de la carrera por el tribuno taburete, no creo que se haya movido un pelo mi in/estabilidad ciudadana. No obstante, alerto: aunque me entere dos años después de las elecciones, si es un neofidelista, un neochavista, un neocomemierda de corte populista, vaya, el nuevo presidente, que me cuente desde ahora entre sus enemigos.