viernes, 16 de julio de 2010



Carne sin lata.

Raúl Castro hizo la consulta y después puso la cara en el acuerdo de exportación de más de 50 presos políticos cubanos. No le quedaba más opción: es el rostro que refleja el espejo cuando el profeta asoma la cabeza. La noticia corrió como pólvora. Al otro día el otrora Oráculo del Palacio de la Revolución, El Gurú de Jaimanitas, hizo una inesperada aparición pública, y como ya es habitual dentro de su inhabitual presencia, desvarió durante un rato frente a la teleaudiencia. En días siguientes mantuvo la tendencia. Y aunque ni de soslayo rozó el tema de las expatriaciones de desafectos en la galaxia vecina, a no dudarlo, debieron ser los momentos de mayor concurrencia – nacional, no hay que exagerar – frente a la tele. No obstante, aplicando la física que por allá aprendimos, pudiéramos decir que sus palabras son inversamente proporcionales al interés que despiertan. Desde que el Muro de Berlín le cayó en la cabeza –para decirlo a la manera de Carlos Alberto Montaner – son las secuelas, los achaques corporales y mentales de aquel garrotazo ideológico lo que despierta la curiosidad del prójimo nativo. Que con algo hay que entretener la lengua al día siguiente. El general (retirado) Giora Eiland, asesor del Consejo Nacional de Seguridad de Israel, consultado sobre las predicciones apocalípticas del vidente caribeño, dijo: conocía de las complicaciones físicas de Fidel Castro en los últimos años, pero no imaginé que además estuviera mentalmente tan deteriorado. Incluso el Ministro de Asuntos Exteriores de la República Islámica de Irán, Manouchehr Mottaki, calificó de erróneas y poco objetivas las declaraciones de lo que va quedando de Fidel Castro. Y eso que hasta donde sabemos y no sabemos, los desgobiernos de Cuba e Irán se dan el estrechón maniqueo. Pero entre errata y disparate algún bodrio digerible genera el cerebelo del caudillo. No parece mal negocio vender objetos de escaso valor para el mercado interno, a cambio de un boca a boca que alcance al menos para mantenerse respirando junto a la cúpula y los gendarmes. Porque del pueblo ni hablar, ese desgranó el aliento hace 20 años. Ni la carne sin lata que por ahora envían a España, ni la carne sin procesar que les queda en la isla harán absolutamente nada que los obligue a corregir la imprecisión del rumbo. Ni falta que hace, el paquebote se hundirá por muerte natural, porque las tablas, al contacto con la masa – oceánica, cárnica – primero se hinchan, después se pudren, y además, al vigía no le alcanza la vista para evitar el leñazo definitivo.