miércoles, 2 de noviembre de 2011


De culos mancillados en el kilómetro 36 y otras serranías.


          Hace unos días me enteré por el Blog de Enrisco que el escritor y guionista cubano Francisco García González ganó con Remember Clifford, el concurso de cuentos 2011 de la Editorial Nuestra Palabra, en Canadá, donde vive. A Francisco (Franki) lo conocí hace unos quince años, en Cuba, donde sufríamos juntos las debacles beisboleras del equipo Habana en las bacanales cuasi creativas donde se reunían los escritores, algunos de ellos también de tendencia cuasi. Un tipo cavilador, reconcentrado, de pocas palabras, al viento quiero decir. De aquellos que evaden el lobby en toda la línea costera. Eran encuentros de apenas dos o tres días dos o tres veces al año. Escribir y en el empeño esculpir aunque fuera un petroglifo en la mole literaria no era un asunto a tratar en aquellos encuentros. Que para eso existe la soledad. Y serían pocas las veces que hablamos de literatura cuando no las recuerdo. Pero siempre se infiltró el quebranto literario por una herida que nos duele a ambos: la pelota. Cuando leí El día que perdió José Ibar, poco espacio quedaba para descubrir algo ahí porque ya Franki me había recitado el cuento un par de veces antes de que el libro llegara a mis manos. Leer a Francisco García González es concebir la ironía y el desplome de los mitos como la única verdad sobre la tierra. La tira sarcástica comienza en el primer nudo de la cola del papalote: Algunos juegos permitidos, su primer libro. Los tres cuentos de Color local son un hueco desconchado que se abre en la puerta cerrada pero sin mamparas de la Cuba de hoy. Sin desperdicios ese Camilo Cienfuegos que aterriza cuarenta años después en los Carnavales de La Habana, ese negro contingentista, maricón y criador – en su cuchitril – de erógeno puerco. Según Amir Valle esa historia del negro gay está entre los diez mejores cuentos homo eróticos escritos en la década de los noventa en Cuba, para mí es el mejor. En el libro Historia sexual de la nación, Con la maruga destaca como texto antológico del choteo cubano: el épico guerrillero de orientales serranías termina, a manos de puta, sin barba y con un dedo sembrado en su hasta entonces incólume culo redentor. Con la maruga deja además una saga de personajes imperdibles. En otra de las historias de Franki, una sabrosa charla entre veteranos de guerra a comienzos de la República (en Cuba) – o en el previo impasse, no recuerdo ahora – involucra al mismísimo Coronel Elpidio Valdés como contendiente. Espaguetis al pesto es por razón personal uno de esos cuentos que uno nunca espera pero agradece. Los fugaces encuentros que tuve con Francisco García González alcanzaron para fundar la empatía y la transparente complicidad anecdótica que compartíamos. Apenas conversaba yo con alguien más en aquellas tertulias extra curriculares de dos o tres días. Los temas recurrentes: la pelota y las mujeres – la frutabomba y el beisbol – para decirlo también a su manera, quizá fueron los afectos que ayudaron a fundar los nuestros. Enhorabuena Franki. Dale duro ahí. Aquí estoy, siempre.