martes, 14 de septiembre de 2010

¿Convidado de piedra o visitante de piedra?

Entre el 28 de agosto y el 5 de setiembre del mes en curso, discurrió la XI Feria Internacional del Libro. Costa Rica 2010. Además de transitar el intervalo con una carga de libros, funcionarios y lectores en su vientre, el excelente recinto ferial se dedicó – recordemos época del año – a escurrir el agua de los constantes aguaceros que su fachada y techumbre cortejaron. Días hubo en los que el número de visitantes a la Feria Agropecuaria del cantón donde vivo triplicó la cifra de los que se encomendaron a la aventura de leer en el amplio galpón de la Antigua Aduana, y no obstante, la Feria del Libro dejó un sabor de sobria dignidad. No olvidemos que leer y comprar libros no es asunto de multitudes. Cuba fue el “País invitado de honor”, pero a juzgar por la intensidad con la que el anfitrión y el régimen comunista defienden su alejamiento, el invitado bien pudo ser de piedra. Las dimensiones del stand isleño y la pobreza editorial de sus anaqueles tampoco dijeron mucho sobre la voluntad de acercamiento de las autoridades del archipiélago antillano. Al parecer el convidado intuyó su rocosa naturaleza. Si la mala política fuera literatura, los libros sobre Fidel Castro y lo que a estas alturas de humanidad como eufemismo se apoda Revolución Cubana, tendrían, al menos, algún valor estético. Pero mala política no es literatura y estética y ética no son términos a tomar en cuenta por aquellos que allá en La Habana, amurallados en el colonialismo del Instituto Cubano del Libro y su involutiva Cámara, y sobre todo, en el funcionalismo – arquitectónico – disfuncional del Palacio de la Revolución, deciden cual es el prehistórico paquetazo que se envía a las Ferias del Libro. A la de San Cristóbal de La Habana o a la de San José de Costa Rica, que la maleta viaja con los mamotretos de siempre a cualquier lugar del universo y el desgaste ideológico acapara medio pabellón por derecho impropio.


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