lunes, 1 de junio de 2015

La mancha de sangre.


 


La mancha de sangre.
      
        Fidel Castro debió morirse joven, sierramaéstrico. Como James Dean, vaya, o en su lugar. Habría sido una opción más sana, menos letal. Ahora bien lo sabemos. Dado el teatro de operaciones "pre revolucionario", bien pudo procurarse una desaparición del más alto vuelo poético: cayendo por un precipicio de una loma del Segundo Frente oriental, se me ocurre. Digo yo para que en la memoria colectiva su recuerdo quedara tan vital como una mancha de grasa, y no como esa cosa que va quedando, que de vez en cuando se atreve en la tele y que más parece – ironías del destino – un águila americana que un ser humano.