De Antietam a Greta Garbo.
Cuando es asunto de tumulto, la muerte suele perder ese
carisma novelero que la acompaña. No ha vivido los Estados Unidos de América,
en todas sus guerras, otro día tan sangriento como
aquel 17 de setiembre de 1862 (Batalla de Antietam, Sharpsburg, Maryland) Pero nadie habla de eso, y
a nadie le importa porque en definitiva, dime tú como voy a definir un rostro
entre casi 22 000 muertos en un combate de una Guerra Civil. 43 años y un día después de aquello – 18 de
setiembre de 1905 – nació Greta Garbo, allá, en casa de la puñeta, o Estocolmo,
para emplear un sinónimo. Cuando murió (1990) se enteró hasta ella misma. Ha
corrido más tinta de imprenta para la Garbo que por aquellos casi 22 000
jóvenes – a lo Whitman – llenos de vida, compactos, visibles, hasta ese 17 de
setiembre. Lo justo sería colocar en el altar de los caídos, equidistantes, a
similar altura, la memoria de aquellos valientes decimonónicos, los senos
octogenarios de Greta Garbo.