martes, 24 de mayo de 2011

Banana Republic

Vivir en esta República Bananera tiene sus encantos. Se puede ver como nace y muere el sol, siempre detrás de alguna verde montaña; se puede insultar y agredir físicamente a la policía, se puede distinguir el Mar Caribe y el Océano Pacífico, aún en la distancia, encaramado en la cresta de aquel altozano detrás del que vio morir o nacer el sol. Se puede hacer campaña como aspirante a la presidencia de la nación con donativos económicos cuyo origen sea una vergüenza republicana; se puede conocer de primera mano el verdadero sentido – abúlico – de la existencia. Se puede traficar cantidades apocalípticas de cocaína, heroína, marihuana o alcaloides al uso, ser sorprendido en el trasiego y esperar el juicio, tranquilamente, en apartamento de lujo o al otro lado de la frontera. Se le puede deteriorar a un gringo, en poco tiempo, el obturador de la cámara, con tanto bicharraco y planta fotografiable. Se puede asesinar, alevosamente, lo mismo a un niño de cuatro años que a una anciana de cuatrocientos, y no recibir – corto brazo el de la ley en esta finca – análoga píldora en recompensa. Se puede creer en Dios pero también se tolera creer en Dios. Se puede vivir sin sangre en la venas, o con poca, y medio congelada. Se puede intentar una fuga de un penal de máxima seguridad y morir baleado en el intento, o diez días después, pero sin un rasguño. Se puede hacer un par de buenos amigos, dos pares con suerte. Se pueden comer ricos bananos las veinticuatro horas del día, sin perder el escalón evolutivo. Se puede ser un ente conservador y/o se permite ser un prototipo ultraconservador. Se asume lo intrascendente como precepto social y como canon artístico. Se generan empleos para indocumentados. Se multiplican los menesterosos pero se desconoce la alpargata. No hay ejército pero abunda la mejilla rasurada y el corte de cabello al estilo militar. Se puede soñar y puede usted caerse de la cama.