lunes, 14 de mayo de 2012

Del oficio de ser cubano


Del oficio de ser cubano.

         Según resumen de confesiones de alcoba, la sonrisa vertical de las mujeres no encuentra buen acotejo en esta comarca centroamericana. Con tres minutos como promedio de permanencia dentro de la hembra, meneo nulo, cero cochinadas al oído de la ninfa y estrategia huérfana de asaltos por la retaguardia no es mucho a lo que se puede aspirar. Digo yo que será por la estancia en las antípodas del criterio anterior que la gente de mi tierra sienta cátedra y despierta alabanzas en el quórum femenil de la provincia. Dígase cubano aquí y se estimularán ipso facto los deseos de perpetuar la especie. Es muy probable que los machos locales no estén al tanto del mezquino criterio sexual que acerca de ellos circula como rumor a gritos entre las mujeres. Sea como fuere, ahí estará siempre el cubanazo en alerta, envuelto en esa cabroná isleña que le permitirá ganar los créditos necesarios para lanzarse al abordaje, sabedor de que su estilo y mañas amatorias lo encumbrarán. Su falópeda inspiración, metafísica mediante, le ayudará a desfondar a cuanta ninfa a tiro de cañón de retrocarga se ponga. Para evitar el estruendo de la caída, que se agarren de la brocha – si pueden – los contendientes locales, porque hace rato que los cubanos les quitaron la escalera.