El 31 de Julio murió en México D.F el escritor cubano Eliseo Alberto Diego. Lo sabía con serios problemas renales, recién operado, pero no imaginé que la parca se atreviera a tanto. Apenas tenía 59 años. Le admiré de lejos, anónimo, como a otros tantos, y como tantos otros. El lunes en la mañana, hojeando a la carrera las páginas muertas -Obituario -del diario La Nación, de Costa Rica, tratando de saltar a todo gas ese obstáculo pestilente que separa las páginas de Opinión de las deportivas, vi su rostro y rebobiné. Me dolió triple verlo allí, por la mala nueva, por el pliego inútil donde lo colocaron y por la caterva de Don Nadies con los que le obligaron a compartir camposanto. Pero así de mierdera es la muerte, te desahucia en cualquier rincón. Eliseo Alberto se hizo escritor cuando todavía no lo era, por una mentira que le obligó a escribir una novela que no existía cuando la pregonó. Antes de aquello ya se enredaba con la poesía, pero dado el padre que le tocó, lo aconsejable era mover la palanca en el cruce de rieles, y explorar género literario no afín al progenitor, y así lo hizo. Fue un relator sistemático, incisivo, del dolor que sentimos aquellos que venimos de ese piano que alguien toca detrás del horizonte, para decirlo como él. Se nos fue cuando más falta nos hacía y le hacíamos. Pero ahí están sus libros, para sobrevivirlo. Hace dos años y mitad de un tercero escribí algo por acá sobre Caracol Beach, la novela con la que Eliseo Alberto Diego ganó el Premio Alfaguara de Novela en 1998. Que menos puedo hacer por él que traerlo de vuelta desde su legado y mi atrevimiento.
lunes 16 de marzo de 2009
Caracol Beach
En 1998 el escritor cubano Eliseo Alberto Diego ganó, apiñado en el pedestal con el ex vicepresidente nicaragüense Sergio Ramírez (Margarita está linda la mar) la primera convocatoria del Premio Alfaguara de Novela con Caracol Beach. Desde la publicación de su primer libro – más incómodo que literario – fuera de Cuba, Informe contra mi mismo, en el que detallaba la macabra trama en que la Seguridad del Estado Cubano decidió involucrarlo, sirviendo de espía contra su propia familia, los ojos del quórum se posaron en su anatomía. Con Caracol Beach el escritor tuvo la ocasión de retomar de inmediato la tabilla de Tot. El miedo, la locura, el perdón y la muerte son temas que en la novela se convierten en atributos estructurales. No lo digo yo, lo dice en la contraportada del libro el jurado que inclinó la balanza a favor de esta novela. Pero hay más que eso en Caracol Beach. La desgarbada imagen del antihéroe se pasea de principio a fin, no solo en la desajustada memoria impresa y actos del soldado Beto Milanés, sino en el trazo sicológico y la conducta de todos los personajes que soportan el peso dramático de los acontecimientos. Mientras más firme el crescendo de los sucesos, más nítido el desmoronamiento. Adiós a las armas, de Hernest Hemingway, coloca una pauta de ícono en la distancia, apenas como reminiscencia del clásico antihéroe; pero el libro Sur: Latitud 13, del cubano Angel Santiesteban, ofrece una comunión temática cercana a una parte del territorio que delimita Caracol Beach : el reflejo de la guerra – de la misma guerra en ambos libros ¡! – como tragedia y no como contienda heroica. El dinámico ritmo y eficiente lenguaje de esta novela la convierten en un thriller hojeable que apenas deja tiempo para rascarse la cara mientras las páginas se van agotando, tristemente, una tras otra. Y es que Caracol Beach es de esos libros que tienen la rara virtud de hacernos desear que no terminen nunca. En esos barrios y caseríos costeros del Sur de La Florida, en Cienfuegos, o en Ibondá de Akú 18 años atrás, cada uno de los personajes desdibujó un canon arquetípico a lo largo de la historia que nos contó Eliseo Alberto, pero Lázaro Samá, el insondable teniente de ébano, justificó en su papel la pieza sincrética y alegórica del pastiche : Lorenzo Samá, Obbedimeyi en la Regla de Ocha, fue relevante promotor de la Santería en La Mayor de las Antillas a finales del siglo XIX. Un dato que no debe pasarse por alto porque en esta novela la brisa del mar bate hacia tierra en todo momento y ese aire de nostalgias nos recuerda siempre – en aguafuerte del escritor – que Cuba es un piano que alguien toca detrás del horizonte.