De alpargatas, guardarrayas y carretas.
No sé como funcionarán
los buenos sabores y su opuesto en profesión que no sea la que ejerzo. Pero
intuyo que momentos amargos a cualquiera en algún momento le tocará vivirlos.
Hoy fue mi turno. Un año entero preparando, entre otros, a estudiantes que
deben enfrentarse a examen nacional que abre o
cierra, según el caso, las puertas y ventanas de los recintos universitarios. De
16 candidatos que asumieron el reto apenas 6 superaron la contienda. De
cualquier manera todos llegaron al siguiente nivel educativo pues va en combo
el resultado del examen con la tabla salvavidas del “ponderado”. No
obstante, me apenan las calificaciones de mis estudiantes, me frustran,
y a qué negarlo, me avergüenzan Y no es
que fuera una sorpresa la debacle porque en exámenes similares que apliqué, previos al nacional, la coincidencia fue tristemente milimétrica.
No se pueden pedir peras al olmo, lo sé, no se le puede pedir a una alpargata que desande un camino muy largo pero uno siempre espera que en alguna guardarraya mental los estudiantes
encuentren la carreta del conocimiento y se monten en ella. La carreta en la
que durante todo un curso intenté montarlos, sin conseguirlo. Ahora solo me queda un revolico de
contrariedades en la cabeza, y un parpadeo medio triste para cerrar el día. No
hay mucho más que escribir aquí. Mañana será otro día.