Literatura y vida.
Te quiero, le dijo Cipriano Algor a Isaura Madruga sin más prefacio que el que ofreció la penumbra en bandeja de plata, cercanas ya las postrimerías de La caverna, novela de repaso donde las haya y entre esas: todas las de Saramago. Te quiero, coño, te quiero, así de simple y así de grande debería ser la manera de soltar amarras, siempre, cuando a alguien queremos, nos gusta, deseamos. Pero suele trabársenos el pálpito de aquel impulso cándido, primigenio y solo somos capaces de mostrarnos desde el rigor ortográfico de los convencionalismos y las circunvoluciones sociales. Te quiero Blimunda, te quiero Baltasar Siete Soles, tañe como un himno a la pulcritud, a la llaneza de los sentimientos el eco memorioso de los perpetuos amantes de Memorial del convento. Te quiero, así de simple y así de grande, debí decir hace más de veinte años a una compañera de grupo mientras compartíamos la noche en un banco de madera, envueltos en el aroma del tabaco que crece todavía hoy en los Hoyos de Monterrey, en Vueltabajo, allá en mi Cuba. Pero el intento, más de una vez, se me acobardó en la boca. Con el tiempo mejoré y un Te quiero envuelto en tropos logré revelar en la conquista de las primeras novias, de la madre de mi hija y de otras mujeres que tal vez eligieron mal, queriéndome. Te quiero, le dijo Cipriano Algor a Isaura Madruga, a boca de jarro, en el crepúsculo de una jornada pobre, fría, lloviznosa, pero emocionalmente inconmensurable. No se vive la vida con atavíos literarios, no obstante; quedará también dicho que la vida es más grande – por exquisita, sorpresiva y valiosa – que la más grande de las obras de arte. Mujer hay para cortar camino. Cualquier día de estos la sorprendo y me sorprendo a mí mismo.