miércoles, 10 de junio de 2015

Entrando al abismo.



Entrando al abismo.

El amanuense fue profesor de John Carter – dos cursos – hace casi dos años, en Costa Rica. Con una disciplina académica (auto impuesta) espartana, es del tipo de estudiante que siempre honra la clase. Carter hoy tiene apenas 18 años y su lengua nativa es el inglés, así es que su empeño, además de talento, también revela los síntomas de la hombrada. He leído otros poemas suyos que nada quedan debiéndole a este. Sirvan estas palabras para introducir su texto. Y anoten el nombre, y el apellido, que ver nacer a un poeta es lo mismo que ver el estallido de una galaxia.

La salida del abismo

Cuestionando la oscuridad
y la experiencia,
las sombras salen a jugar,
se revelan ellas mismas.
El viento siempre ha susurrado
pero nunca he escuchado su voz en el día.
Habla de nuevo,
mi cuerpo tiembla más.

El cielo es negro
y los cielos siguen desconocidos.
Un sonido extraño embruja mi mente
me doy la vuelta,
no hay nadie ahí.

Una risa engañosa
se arrastra en mi oído
la luz parpadea, luego se quiebra.
La luna llena
da luz a esta noche de Halloween.

Árboles se estrechan para agarrar mi brazo,
las enredaderas, siniestras, ondulan entre mis dedos.
Escalofrío en mi espina
y el suelo se vuelve hielo.
Ahora estoy congelado.

Mi sombra se tuerce detrás mío
para verme y enjaular mi alma.
Tengo poder, tengo fuerza,
calor: me puedo mover
con más agilidad que antes.

Mi alma grita,
mi sombra no es mi reflexión
mi sombra es mi demonio
mi sombra es vidrio, mi alma también.
Son porcelanas, uno ha de ser piedra.

Cenizas llenan el mar, sombrean los cielos.
Mi sombra es un sádico;
sus ojos desean la tortura.
La guerra es emoción, la felicidad miseria.
Congoja y agonía les dan placer.
Los más negros de los malvados
fantasmas y necrófagos podrían ser mi ejercito.
En mi carne duerme Lucifer,
por ahora, la bestia duerme en paz,
ojos abiertos lo esperan.

Dándoles el espejismo de tener sus deseos,
soy su negociante.
Pueden lanzar los dados,
sus cartas nunca ganarán.
Apostando sus almas por sus obsesiones,
gatos negros y espejos quebrados
deciden su  suerte.
¡No puedo perder!

Fuego en sus manos.
No puede sangrar ni ahogarse.
Esto no puede ser silenciado,
es inmortal, ¿qué es real?
Oh señor, ¡Despiértame!

He jurado para que los horrores
de mi mente torcida me vuelvan a ver.
Vi ante los ojos del abismo,
me di cuenta que soy parte de él.
Para deshacer el hielo,
vendí mi alma,
y todo el hielo
se hizo agua.

Mis ojos solo han visto
hasta la orilla del horizonte.
Mi mente estaba hipnotizada
e imaginé las ilusiones
que fueron fundidas
ante el nuevo horizonte.
Entonces vi el sol amanecer,
desde el fondo del mar.


                                                      John Carter

Y bueno, leyendo Waiting for Snow in Havana, esto:



Y bueno, leyendo Waiting for Snow in Havana, esto:
And speaking of fictional characters, Popeye might have been the wisest of all time, for he knew instinctively what it has taken me a lifetime to realize. "I am what I am," or as Popeye puts it, "I yam what I yam."
I yam Cuban.
God-damned place where I was born, that God-damned place where everything I knew was destroyed. Wrecked in the name of fairness. In the name of progress. In the name of love for the gods Marx and Lenin.
Utterly wrecked.
I have pictures to prove it, from twenty years ago, when my mother went back to visit for one week, packing a Kodak Instamatic camera. Everything was already so thoroughly ruined by then as to be barely recognizable. The entire neighborhood went to ruin, just like ancient Rome, only more quickly and without the help of German barbarians. The entire city. The entire country, from end to end. (1)
          (1) Carlos Eire. Waiting for Snow in Havana.

lunes, 1 de junio de 2015

La mancha de sangre.


 


La mancha de sangre.
      
        Fidel Castro debió morirse joven, sierramaéstrico. Como James Dean, vaya, o en su lugar. Habría sido una opción más sana, menos letal. Ahora bien lo sabemos. Dado el teatro de operaciones "pre revolucionario", bien pudo procurarse una desaparición del más alto vuelo poético: cayendo por un precipicio de una loma del Segundo Frente oriental, se me ocurre. Digo yo para que en la memoria colectiva su recuerdo quedara tan vital como una mancha de grasa, y no como esa cosa que va quedando, que de vez en cuando se atreve en la tele y que más parece – ironías del destino – un águila americana que un ser humano.