Dominguera.
Un brazo fálico, medio
erecto, medio fláccido, levanta un sol ya tardío entre una rambla de
nubarrones. El viento es casi un amuleto pero el invierno es indigno y no llega
la piel al sobresalto. Así debió correr un domingo en el Cretácico, solo que no
revienta su voz un dinosaurio, sino que suena un claxon. Pero la hierba es la
misma, supongo que también la refracción de esta luz mortecina sobre sus hojas. Así
debió correr el tiempo en el Cretácico. Si acaso les faltaba la tristeza.