viernes, 31 de diciembre de 2010



Traspaso de poderes: de la bolita al palito.

De un año al siguiente la distancia es ínfima: un segundo, si acaso. Por tanto, no es mucho lo que cambia en el intervalo, un numerito apenas. Para el instante, el segmento y el quebranto que nos ocupa; colocaremos un palito donde pernoctó una bolita durante doce meses – sin maléficas interpretaciones –, y eso será todo cuanto acontecerá, novedad incluida. Ilustro para que los tronco´e yuca visualicen mejor el concepto: 2010 – 2011. ¿Ven? Justo es reconocer que años hemos tenido en los que el tránsito de un ciclo al otro dejó huella más profunda, traspaso más drástico, salto más dramático que el que hoy acontece. Por ejemplo – aunque el segundo de la transición anual, hasta donde se, siempre persevera la misma cantidad de tiempo – años hubo en los que cambiaron dos numeritos de la cifra, y hasta cuatro ¡!, como ilustro a continuación, sin despotismo, aunque por segunda vez: 19992000. ¡!. Tremendo ¡!. La apoteosis del resurgimiento y del trascendentalismo en la dupla semestral ¡! Recuerdo que por aquel entonces ya censuraba yo a las mujeres que rumiaban chicle, con instinto de vándalo incluido, cuando lo hacían con la boca abierta. La tendencia es anterior a esa fecha, e intuyo se mantendrá después del cambio de bolita por palito. La cartera con “brillito”, los zapatos multipropósito: con tacón de “aguja” que lo mismo sirve para provocar esguince con eterna secuela, perforar un hueso craneal , hacer un tatuaje o inyectar a un enfermo en caso de apuro; los jeans con dibujitos multicolores; las lycras con doble función, ninguna acertada: para ir al trabajo o para ir de paseo, el floripondio en uno de los parietales o el reguero de colorete que degenera en mascarilla carnavalesca, son otros orto atributos de galantería femenina – seguro estoy de que ahora mismo a usted se le enredó la lengua durante las tribulaciones atributivas – que no podré digerir, aún cuando el cambio anual incluya a un planeta por otro. Se me queda en el tintero – virtual – el tema del arrobo frente a la tele con el culebrón de turno, pero el año se me acaba…y quiero colocar el post dentro del período - no menstrual - de la bolita…Salud para todos ¡!, y feliz año nuevo ¡!

viernes, 24 de diciembre de 2010



La Noche Buena pertenece a El reino de este mundo.

Haciendo memoria, creo que sí, que hubo ocasión anterior, y con la de ayer, ya son dos las ocasiones en que sentí deseos de besar un libro al terminar de leerlo. Desnudo entre lobos, de Bruno Apitz, fue la primera novela que me arrancó lágrimones, ¡y besos! sobre el lomo de un vademécum que parecía encuadernado en el mismísimo Buchenwald . Pero aquellos goterones que ya forman estalactitas y aquellos besos tormentosos se justificaron – hasta ayer – con el cortocircuito mental que nos asistía en los años de adolescencia. Sin embargo: ¿¡como argumento semejante arrebato a los cuarenta años!? El papelazo se acentúa porque este libro de ayer debí haberlo leído hace mucho tiempo. Para alguien que intenta cincelar la palabra escrita – cubano para ahondar el escarnio – es una vergüenza llegar a los cuarenta años sin haber leído este libro. Pero así voy, con la mejilla ardiendo de ayer pa´acá. De cualquier manera, ente amorfo pero al fin y al cabo ente piececita ínfima del rompecabezas americano, me doy el lujo de leerme este libro, y de besarlo, real maravillosamente, a los cuarenta años.

En el exuberante contexto de El reino de este mundo, el fragmento que coloco debajo de este párrafo carece de la riqueza descriptiva, el lirismo y erudición que le preceden durante toda la obra, por lo que estética, literariamente, desbalancea mínimamente, en ese instante, la faena previa. Pero intuyo que Alejo Carpentier decidió hacer ex profeso esta brevísima “interrupción de estilo” (si cabe la expresión) porque intentó resaltar, en ese momento, solo el peso de un razonamiento compacto que resumiera la esencia no solo de toda la novela, sino también de la condición humana…en fin, que aprovechando el momentum, aquí debajo dejo mi aporte no mío a la ¡¿Noche Buena?!

"...el hombre ansía siempre una felicidad situada más allá de la porción que le es otorgada. Pero la grandeza del hombre está precisamente en querer mejorar lo que es. En imponerse tareas. En el Reino de los Cielos no hay grandeza que conquistar, puesto que allá todo es jerarquía establecida, incógnita despejada, existir sin término, imposibilidad de sacrificio, reposo y deleite. Por ello, agobiado de penas y de tareas, hermoso dentro de su miseria, capaz de amar en medio de las plagas, el hombre solo puede hallar su grandeza, su máxima medida en el Reino de este Mundo"

domingo, 12 de diciembre de 2010



Deconstruyendo mi herencia, el blog, toma su nombre de mi segundo libro y se extiende como puente, paso de acceso, lazo virtual, voz intermedia e intermediaria entre dos orillas: Deconstruyendo mi herencia en celulosa y mi tercer libro, sin terminar, sin título, inédito ¿in saecula saeculorum? Deconstruyendo mi herencia, el blog, funciona por tanto como pórtico simultaneo, de doble entrada: a un patio y a un zaguán; su intención es mantener con vida pública el remanente creativo que, siento yo, ha permanecido en el intervalo que separa a esos libros. Claro está, la siembra no siempre termina en cosecha y quizá para algunos lo que aquí se prolonga es un muerto virtual. No lo se, de cualquier manera; intento darle algunos cuidados culturales a mi parcela. Aquí los dejo con un texto de Deconstruyendo mi herencia versión celulosa, ahora en la dolby digital de Deconstruyendo mi Herencia, el blog...con amol...


XXVII

El tiempo fluyendo a mansalva y los pasos dentro del cardumen / Duele vivir así / Los movimientos del coro, predecibles, se aletargan sobre un camino de estaciones / No hay destino incierto cuando el ademán es múltiple, grupal; no hay incertidumbre, no hay desasosiego / El tiempo fluyendo a mansalva y el cuerpo en el abismo / la oquedad en tinieblas / ajena la posteridad / Sobre la lengua de asfalto el orfeón / sobre el cemento la lengua de tus zapatos / compromiso coral donde propio debió ser / íntimo / como los pensamientos / Duele vivir así / El tiempo fluyendo a mansalva, la huella sin pedernal, el septentrión difuso, la yesca húmeda / Acémila de cenizas, fuego fatuo y ademán baladí para el aquí y ahora / la piel como barrera biológica y no frontera inmaterial, paso a lo ignoto, revelación in/orgánica / Duele vivir así.

sábado, 27 de noviembre de 2010



Los santos inocentes.


El arte no necesita del rebuscamiento para trascender, aunque también puede manifestarse complejamente. No solo desde la piedra, el barro o el mármol, pueden esculpirse rictus de secuela estética. La literatura también lega sus monumentos; a veces “ásperos”, como la roca viva; sólidos, como la eternidad. Miguel Delibes (1920–2010) – febril devoto de la caza y adorador de los campos de Castilla – reflejó en Los santos inocentes (1981) la profunda grieta cultural y económica que agudizó la estratificación de la sociedad rural española en los años sesenta del pasado siglo. La miseria material, el infortunio, la regresión/resignación de los abandonados a su suerte, las actitudes reprochables y el síncope emocional de los privilegiados, conducen el eje neurálgico del libro sobre un plano rural que se detalla con profundidad impecable. La prosa dura, entrecortada del escritor, es un soporte narrativo ideal porque abona la veracidad de la trama y su entorno concreto. La caracterización de los protagonistas, aquellos desde cuya esencia fluye la historia, es otra columna sin grietas de Los santos inocentes. Los personajes de Paco, Régula, Azarías y el señorito Iván, concentran el peso físico y psicológico de la novela. La campiña montaraz que Miguel Delibes describe e imbrica con excelencia, aparece como un personaje–testigo de los acontecimientos. Aunque en el pecho del lector comienzan a aparecer las arrugas casi desde el comienzo de la obra, los capítulos finales sobrecogen por su intensidad, por su dramatismo. Y aquí no hay intenciones de cobrar por efectismo barato porque mientras más vieja se hace la novela, más austero y sugerente se torna el lenguaje. El escritor penetra a tal profundidad en la conciencia de los personajes y de los lectores, que en ese final inesperado, violento, encuentra no solo “el Azarías”, sino también el leyente, cauce por el que derramar su ira y alivio, simultáneamente. Si Cinco horas con Mario es considerada la obra maestra de Miguel Delibes, Los santos inocentes es la maestra de obra que dignifica un edificio monumental.


Publicado también como artículo en El Centroamericano.

martes, 2 de noviembre de 2010



Sobrevida mía.

No todos los días se llega a los 40 años, ni a los 30 o a los 20, ni a los 14 o 15, ni al primero o al segundo, ni al último que marcaremos en nuestro almanaque, ni al penúltimo, o el anterior a ese. Tomando en cuenta que nací con la lengua afuera y el llanto ahogado en líquido amniótico, el 22 de Octubre cerré la cuarta década de sobrevida, aunque nada le debo a Retamar y sus muertos. Me puse viejo de pronto. Ironías de esta sobrevida mía – si escribo África delante de lo que me pertenece, esto se convierte en nombre de película – físicamente estoy mejor que el día que salí de la tierra que me vio nacer muerto insepulto…Tampoco es usual que me siente a escribir jornada sobre jornada, y como ya son dos los meses que llevo correteando con estos dedos flacos sobre el teclado, mi categoría humana ha comenzado a variar: el ente social que simulé ser va perdiendo terreno; el ermitaño comienza a ganar parcela. Pausa aquí para filosofar sobre el asunto, para desvariar, para hablar desecho inorgánico. ¿Se puede escribir con la intención de exprimir la palabra, literalmente, y por tanto, literariamente, sin alejarse del entorno “social”, del lobby comunal? ¿Se puede escribir con las intenciones del renglón superior sin enclaustrarse como una ostra? El cuarentón se repliega, cede la respuesta al que la tenga.


P.D: En la foto, el cuarentón. La fecha al pie de la instantanea se quedó varada en el tiempo porque la foto es de la semana pasada. La sonrisa es de ocasión...