jueves, 27 de agosto de 2009





Sobre la obra plástica de Cesar Orozco.

La vastedad no carece de límites pero los extiende hasta lo inescrutable. Un cuerpo humano puede absorber y cobijar bajo la piel el aliento de lo insondable, extender el enigmático vigor más allá de su limitado contorno, llegar hasta esa vastedad recurrente. En el entorno pictórico hiperrealista, un cuerpo humano puede ser incluso una fracción histriónica en primer plano, un elemento que se integra al contexto legendario, narrativo, de ensoñación y hasta poético al que pertenece. Y puede que el argumento que emerge en el trasfondo sea tan vasto y convulso en su escrutinio interior, como la propia evidencia humana. Justo así se nos revela el trabajo de Cesar Orozco, artista plástico colombiano de apenas 36 años de edad, con una densa formación académica y naturalizado en Costa Rica. Al ofrecer al quórum una simbiosis cuasi perfecta entre la expresión de sus cuerpos femeninos y el contorno, Orozco trasciende el limitado concepto del hiperrealismo meramente figurativo y lanza un gesto de alerta frente al ojo público; pintar bien y al detalle no es solo franco placer y alimento inefable para el ego, porque no hay sensaciones sin argumentos ni fulgor desprovisto de luz. En el empleo de los tonos ocres sobre los cuerpos y las vestiduras, en esos cielos enrarecidos, en la presencia del mar encrespado a veces o las montañas en lontananza, en el velado desnudo de los cuerpos, en la expresión inalterable de los rostros, en el semblante usualmente nocturno, fantástico u onírico de las estampas, el artista nos va dejando el rastro de su discurso pictórico, y no importa cual sea la interpretación personal frente a cada obra porque hay tantas huellas para seguir como símbolos y alegorías para fundar. Los matices de profundidad, la exuberancia de pliegues, puede que en alguna imagen nos remita al dibujo escultórico, pero no hay nada gratuito en ello porque acaso maquinalmente nos sirve para apuntalar la perspectiva a veces hierática de los cuerpos que Cesar Orozco remata sobre cada lienzo. Al trascender el mero esbozo de líneas y la prudencia en el movimiento, la paletada del artista nos desaloja del clásico enfoque gráfico de su faena; no hay límite de sensaciones para el espectador: sin abstraernos demasiado nos llega hasta el pensamiento ese sonido de mar que se desase ante nuestros ojos como un tótem incrustado en las caracolas, nos sobrecoge la tentativa de un vuelo, acaso suicida, o la belleza hirsuta de un perfil de mujer. En la obra plástica de Cesar Orozco el alegato conmueve, sencillamente, porque el oficio se desdobla en arte.