sábado, 13 de junio de 2009






Mi nombre es un catálogo de nombres.

Camino sobre huesos que recubren su abandono, su miserable, impúdico abandono, con el abrazo firme de la tierra. Camino sobre el pasado que seré. Atravieso la estela de quienes ya no están y no reconozco los aromas del humus, pero me hiere el olor a recuerdos, la imagen subitánea, la familiaridad con lugares desconocidos. Con frecuencia pierdo el paso, lo recupero con burlas al tiempo: le decapito intervalos, me entrego al ocio zen en plena vorágine. Retador, indolente, dejo a medias capítulos de vida con la esperanza de retomarlos nunca, y no obstante, se que la victoria final no será mía. Tolero la premura del cuerpo, pero le ofrezco un lapso a vivir porque la muerte se encargará de liquidar la escaramuza: a destiempo y sin maquillaje la parca llegará al convite para aguar la fiesta. Camino, los pies sobre la horma de otros pasos, mis pasos la horma de otra huella: efecto dominó, sucesión de estaciones, sucesión de fragilidades. Relación de nimiedades, pompa de jabón: no hay fórmulas de permanencia ni algoritmo que salve la burbuja. Estar aquí es sinónimo de estar ahora. Camino, atravieso la estela de quienes ya no están, el sendero de fantasmas que recubren su miserable, impúdico abandono, con el abrazo firme de la tierra. Reconozco mi faz en un cráneo ajeno, en un beso francés, en la lluvia que mitiga el polvo que también seré, en un vientre materno, en la cresta de una ola que acaricia el viento, en un niño. Mi nombre es un catálogo de nombres.(1)

(1) Carlos Augusto Alfonso.