viernes, 9 de enero de 2009

Terremoto

San José de Costa Rica. Jueves 8 de enero de 2009. Hasta la 1:20 pm, un día como otro cualquiera. La vida nacional discurre sin mayor espanto que el de los pasos en círculos de la rutina. Por la ventana, entre el silencio y las sombras, lapsos de un sol que se aletarga, y sin muchos bríos, a intervalos acaricia los cristales con desenfado. Noticiero del mediodía en el televisor. Entonces, de súbito, sin aviso previo ni predicción de médium, un rugido distante, como de otro mundo, un trueno lejano pero extenso que brota de no se sabe donde, y la casa que comienza a moverse violentamente, a espasmos interminables, recordándome ¿ acaso conscientemente ? que no son exclusivas del reino animal, ni de los poseídos, las convulsiones del inframundo.

4 segundos y no terminan las sacudidas, los saltos (de la casa, del subsuelo de Costa Rica y de mi estómago), el estremecimiento, las convulsiones, el rugido remoto pero avasallador. Por el contrario, en un gesto brutal de poder incontrolable, la ira de la naturaleza va en aumento.

8 segundos y las muñecas de mi hija van de las sillas al piso, los platos, en caída libre, estallan sobre la meseta de la cocina. Colapsan 3 puentes en una carretera a 30 kilómetros de distancia.

12 segundos y esto ya es el Infierno brotando a la superficie. Mis nervios de punta. Mi hija, desde la ingenuidad de sus 5 añitos me pregunta “que es ese ruido tan extraño, y por que la casa se está moviendo”, quiere mirar por la ventana, pero no la dejo, por temor a que estallen los cristales. Aterrado, logro alcanzarla con mis brazos y la abrazo fuerte contra mi cuerpo, pero sigo sembrado en la silla frente al televisor. No pienso, no logro generar alguna idea coherente. En la tele, con admirable sangre fría la conductora del Noticiero dice que están sintiendo fuertes sacudidas sísmicas en el estudio( 15 kilómetros de distancia de donde estoy ). La imagen y cuanta lámpara, cámara, luces u equipamiento de transmisiones hay en ese estudio televisivo, también convulsionan espasmódicamente frente a mis ojos. Dantesco el espectáculo.

14 segundos y siento la primera señal del fin…del fin de mi vida, del fin del Mundo. Clavado en la silla, y cubriendo a la niña con mi cuerpo, miro hacia la ventana y veo pasar gente corriendo. La casa no cede, pero se estremece, salta, se balancea. 2 Renoir (imitaciones) van al suelo y los cristales ya vidrios, saltan en fuga de los marcos. Se agrieta la pared detrás del tele, se agrieta la pared de la ventana. Colapsan otros 4 puentes. Desplazamientos monstruosos en las faldas del Volcán Poas ( 2708 metros de altura, 2 cráteres), muy cerca del epicentro, apenas a 6 kilómetros. Literalmente desaparecen varios kilómetros de carreteras de montaña que anillaban sus laderas. Sufriendo un servidor a 35 kilómetros de distancia del volcán, y a unos 40 kilómetros del epicentro.

18 segundos y pido a Dios que “si ha de morir alguien en esta casa, que sea yo, no mi hija” .La niña me pregunta por que estoy temblando. Le digo que no estoy temblando, que son ideas suyas, que es la casa quien tiembla, pero en realidad no se quien tiembla más, la casa o yo. ¿Hasta cuando va a durar esta mierda?, me pregunto a coro con toda Costa Rica. Escucho gritos en la calle. Mis perros gimen sin consuelo. 14 muertos y 42 desaparecidos en 18 segundos. Y la cifra va en aumento. Si esto no para nos vamos todos al carajo. Enormes grietas cicatrizan las laderas del Poas, las carreteras, la memoria de un pueblo.

22 segundos y sin aviso previo ni tiempo a disertaciones de experto, de súbito: la calma. La naturaleza del silencio en el silencio de la naturaleza, en el silencio de la tierra. El horror después del horror. El sol, aletargado, mustio, sigue coqueteando con las nubes y con las sombras, con los cristales de mi ventana y con el tiempo, incólume