martes, 6 de diciembre de 2011


Ringtone.


       Tener un teléfono en Cuba, en los años sesenta, setenta, ochenta y hasta en los noventa, era un lujo que pocos podían darse. Gente hubo que fue a jugarse la vida al África, el Medio Oriente y Centroamérica por el botín comunicador. Me voy dos años de misión a Nicaragua y con eso garantizo – al regreso – el teléfono para la casa. En no pocas ocasiones el regreso sería más cómodo que el habitual: en uniforme de gala, acostado sobre fina felpa y musicalmente socorrido el proletario internacionalista por la Compañía de Ceremonias del Ministerio de las Fuerzas Armadas tocando a paso de redoble una impecable marcha fúnebre. En casos como ese lo primero en llegar a la patria agradecida eran los pies del invicto combatiente socialista; dos segundos después llegaba el cuerpo. Pero no importa, habría teléfono en casa, en la de otro. Todavía en la Cuba de los años ochenta sentar a una fémina en un sofá con un teléfono en la mesita contigua era como sentarla en el reclinable de un Ferrari Testarrosa. Preludio de vixxxtoria. Debe ser hijo de un mayimbe porque tiene teléfono en la casa, dirá la jovencita, a la mañana siguiente, a su mejor amiga. En los años noventa la situación cambió, telefónicamente, no hay que exagerar. Se sacaron ¡a concurso! centenares, miles de líneas de teléfonos fijos. Calificaban en los primeros números aquellos que se habían comido un león sin masticarlo y no les llegaba aún la triste – y dolorosa – hora de defecarlo intacto. “El sindicato” (es por decir cualquier cosa) se encargaba de reunir a la plebe trabajadora para el debate en pos del auricular privado. Y la gente aprovechaba el momento para oxigenar el local de la reunión abriendo los ventanales de los viejos rencores. Los ganadores en la contienda revolucionaria de dimes y diretes verían su nombre impreso – la utopía hecha verdad –en unas listas de schindler que se colocaban en cualquier muro o pared sin peligro de derrumbe, inminente, no hay que apurarse. Los culebrones de turno comenzaron a transmitirse también telefónicamente, incluyendo los dinásticos. Y el desempleo nacional, por extensión no telefónica del acontecimiento, bajó hasta cero con el titánico incremento de los gloriosos camaradas-escuchas del Ministerio en Ropa Interior. Hace un par de años la telefonía móvil pasó – en Cuba – del sueño a la pesadilla real. Se destapó la Caja de Pandora y la caja de un muerto que, dicen, se levantó para ver un teléfono celular antes de seguir viaje. Pero esa historia merece otros dígitos, otra configuración, otro desorden, otro ringtone.