sábado, 6 de junio de 2009





¡ Habana Campeón !

A Francisco García González, en la distancia y hermanados – pare decirlo con sus palabras – en nuestras 2 pasiones: la “frutabomba” y el beisbol.

Cuanto martirio, cuanta renuncia insostenible, cuantos intentos siempre baldíos – de abrazar otro uniforme, otra causa provinciana para no sufrir tanto por el paso zigzagueante de los habanistas y su pitera en el tanque de combustible justo al final de cada temporada beisbolera. Cuanto reabastecimiento emocional para el comienzo de cada campaña, cuanto pulmón hinchado retomando el aliento con un segundo aire. Cuanta literatura para tratar de ofrecerle, al menos, una victoria escrita al asunto cuando no alcanzaron los 20 triunfos de José Ibar en el terreno. Cuantas botellas de ron que aparecieron para embriagar la fiesta y se vaciaron para ahogar en alcohol los patinazos y las penas. Cuanta ronquera post-partido, cuanto reposo de voz sin la compensación del triunfo. Cuanto mal humor y apatía, cuanto desasosiego en la superficie epidérmica al amanecer, si la noche anterior un juegazo se escapaba de las manos en el mismísimo 9no inning. Cuanto silencio callejero por el trago amargo. Cuanto amor al terruño, a la camiseta, no correspondido en el terreno. Cuanto palco, cuanta grada vacía a mitad de juego. Cuanto sinsabor en el paladar. Cuanta carrera hirsuta hasta el estanquillo para leer la derrota. Cuanta oreja pegada a la radio sin salvación ni remedio. Cuanta salida cabizbaja del estadio, cuanta ruda melancolía, cuanto bate partido en mi alma de fanático, cuanta gloria evasiva, cuanto pecho comprimido, cuanto doble play que mató la entrada, cuanta línea directa al guante enemigo, cuanto elevado al cuadro con las bases llenas, cuanta debacle prevista y no prevista, cuanta salida al diamante con el spike izquierdo, cuanto dolor metafísico, cuanto desvelo inútil. Cuanta brazada que se ahogó en la orilla, cuanta capa caída, cuantos fuegos artificiales para animar la noche del equipo rival. Cuanto hit de oro, oportunísimo, de leyenda, con gritería del respetable y para decidir campeonato, como alimento fértil de la imaginación. Cuanta jornada para el olvido, cuantos errores en el terreno, cuanto tiro malo a la intermedia, cuanto apetito de linchamiento, cuanto abucheo. Cuanta abúlica fidelidad, cuanta uña comida, cuanta inquebrantable inercia, cuanto umpire cargando con el muerto ajeno, cuanta apuesta perdida, cuantos cambios de alineación, cuanto sueño viejo atorado en el deseo trunco, cuanta agonía, cuanta espera y cuanto mar debí poner de por medio para estampar aquí, en mi terreno de juego, este grito sordo : ¡HABANA CAMPEÓN!