De cocos secos y la
alegría de estar vivos.
Esto es simple: si usted
cierra los ojos está muerto, pero en vida porque piensa. Más o menos así se
vive en Cuba, incluso con los tres ojos abiertos. Para el cubano que perforó la
cortina de hierro y traspasó el umbral del veril nacional, volver allá es un
motivo de alegría que entristece, una tristeza que alegra. Y es que usted sabe
que allí estará felizmente muerto, o vivo, pero en un panteón, lo mismo da. El
caso es que disfrutará junto a los suyos esa muerte isleña de todos los días,
esa vida inerte de paso firme. Pero esto es simple: si usted pestañea tiene dos
opciones: estar vivo o ser un espejo (con un marquito lleno de abalorios) Al otro
lado del veril isleño nadie le cerrará los ojos, nadie le obligará a irse con "la bola mala": su cerebro o el coco seco que en
ausencia le sustituya, escogerá la candidatura que mejor llene la cavidad.
En la foto: un cocotero.
En la foto: un cocotero.