Literatúrica.
A veces pienso que si Ignatius
J. Reilly después de revolver todo New Orleans con sus locuras y ocurrencias
decidió mandarlo todo a la mierda y fugarse, fue porque algún tipo de escape,
personal y premonitorio, ya rondaba la cabeza de John Kennedy Toole. Los fracasados intentos de edición de La conjura de los necios terminaron por deprimir y desquiciar hasta
el asco al escritor, quien terminó suicidándose sin ver su primer y único libro
impreso. Ironías de la vida y de la muerte, la novela ganaría el Premio
Pulitzer en 1981, un año después de sufrida publicación. J K Toole creció de la
teta de cómoda familia sureña, se graduó con honores en la Universidad de
Tulane, y hasta cumplió servicio militar en Puerto Rico a comienzos de los años
60. Pero lo mismo que en la vida de Ignatius, en la suya la silueta materna más
que presencia laudatoria, yugo y verdugo fue. La rutina bohemia que llevó durante
un tiempo en el Barrio Francés de la
ciudad que despide el curso del Misisipi no le alcanzó para inclinar su
sexualidad hacía un lado u otro de la balanza. El revolico de su cabeza late en
La conjura de los necios, que cierta
empatía existencial presenta con la casi autobiográfica Trópico de Capricornio (1938) de Henry Miller. Ignatius J. Reilly
mucho se me parece al autor de los trópicos, Pesadilla de aire acondicionado y
El tiempo de los asesinos (entre otras), solo que sin los apetitos del animal lascivo
que fue Henry Miller, quien probablemente alguna ninfa neoyorquina desfloraba cuando John Kennedy Toole decidió matarse,
para vivir en el mito.