viernes, 6 de diciembre de 2013

Un libro.


 
Un libro.

     No sé a quién darle más crédito: si a Solzhenitsyn o al traductor que me dejo “llegarle” (hace algún tiempo ya) a Un día de la vida de Iván Denisovich. Y hablo también del mérito del decodificador artesanal de signos porque mejor impronta imposible sentir. Novela breve – para tragársela, si otra cosa no apura, sin pausas – con un ritmo que entrecorta el relato sin perder esa cadencia dinámica que lo sostiene y un trabajo de orfebre y de ingeniería en la manipulación del lenguaje. ¿Y el tema? Una crudísima denuncia testimonial: los campamentos de trabajos forzados, para prisioneros políticos, en la Siberia soviética. Algo así como (variando de -40 a 35 sobre cero centígrados la temperatura) las UMAP cubanas de los años 60. Y pensando en aquel ruso-soviético, pensé también, quizá por el aquello de las antípodas, en Elena Poniatowska, ese Premio Cervantes de Literatura que recompensa el compromiso de los héroes de CNN con la comunidad. No es cosa fácil cultivar buena literatura en parcela política. Solzhenitsyn lo logró, Poniatowska no.