Un libro.
No sé a quién darle más crédito: si a Solzhenitsyn o al traductor que me
dejo “llegarle” (hace algún tiempo ya) a Un
día de la vida de Iván Denisovich. Y hablo también del mérito del
decodificador artesanal de signos porque mejor impronta imposible sentir. Novela
breve – para tragársela, si otra cosa no apura, sin pausas – con un ritmo que
entrecorta el relato sin perder esa cadencia dinámica que lo sostiene y un
trabajo de orfebre y de ingeniería en la manipulación del lenguaje. ¿Y el tema?
Una crudísima denuncia testimonial: los campamentos de trabajos forzados, para
prisioneros políticos, en la Siberia soviética. Algo así como (variando de -40
a 35 sobre cero centígrados la temperatura) las UMAP cubanas de los años 60. Y
pensando en aquel ruso-soviético, pensé también, quizá por el aquello de las
antípodas, en Elena Poniatowska, ese Premio Cervantes de Literatura que
recompensa el compromiso de los héroes de CNN con la comunidad. No es cosa
fácil cultivar buena literatura en parcela política. Solzhenitsyn lo logró, Poniatowska no.