sábado, 20 de diciembre de 2008

Acerca de La Palabra Poética , ensayo del narrador, poeta , ensayista y crítico cubano Cintio Vitier. Creo que era más cómodo decir simplemente: escritor.

Segunda parte (final)

Por lo pronto, dejaremos en campo abierto la pregunta para entrar en lo que considero el núcleo del discurso en La Palabra Poética. A través de todo el ensayo, en cada etapa del mismo, se defiende la escritura que no busca un diálogo sino una participación de solitarios. Cintio Vitier insiste en hacernos comprender que ..la palabra no es una cifra dichosa..sino un silencio que golpea en los orígenes..Su esencia no es diálogo, pero si participación. Su actitud definitivamente se torna fundamentalista a favor de ese latido del silencio de la palabra que nos constituye y a la que algunos hombres, más allá del diálogo y el discurso, pertenecen y se entregan. Y no está errado el autor, solo que tal vez debió admitir que, en la simbiosis intangible que aglutina al artesano, al escultor de la palabra, con su única herramienta de trabajo : el lenguaje, se genera una especie de intercambio dialógico, si se quiere, supraracional, donde construimos y deconstruimos constantemente las imágenes ya visibles en el papel, partiendo en todo momento de las silentes pero palpables señales o respuestas que el lenguaje (ya impreso) nos proporciona para establecer comparaciones mediante las cuales deducir si el uso que vamos haciendo del propio lenguaje está acorde o no con el dominio que ya poseemos del mismo. De cualquier forma, para entender, y sobre todo, para aceptar esta idea, debemos evadir el diálogo racional, despojarnos de conceptos preestablecidos y centrarnos en la sentencia lezamiana cincelada en su ensayo “A partir de la poesía”, que reza: es para mi el primer asombro de la poesía, que sumergida en el mundo prelógico, no sea nunca ilógica. Solo así, casi alucinados, creyendo siempre en el poeta como guardián de la sustancia de lo inexistente, como posibiliter (J.Lezama Lima, “La dignidad de la poesía” ) ,reconoceríamos la probable existencia de estos diálogos, a veces esquivos, que entablamos con el lenguaje y en los cuales lo que destruimos sabemos que nos es inferior, mientras que lo que nos destruye nos vuelve creadores en la huida. (J.Lezama Lima, “La dignidad de la poesía” ).

Como norma, la elaboración de un texto poético digno requiere un intenso trabajo , digamos de orfebrería. Sabemos que detrás del magnetismo abrasivo que sentimos ante el poema exquisito, hubo una dura faena que comenzó quebrando la inercia con el estremecimiento, y avanzó en la incertidumbre que genera la certeza de saber que tenemos algo que decir y que tenemos que decirlo sabiamente.

Pero seriamos demasiado categóricos, extremistas , algo no compatible con nuestra posición, pero palpable en el capítulo “Génesis y descendimiento” del ensayo abordado, si no aceptamos ( más allá de la existencia del Movimiento ), que en algún momento de la escritura poética no automática, pudiera estar presente el fluir del subconsciente, el automatismo surrealista. Y hablo de un auténtico instante creativo y no de una avalancha, a priori, de la escritura automática ideal. En “The use of poetry and the use of criticism” (Función de la poesía y function de la crítica ) Tomas Stearns Elliot dijo que solo una parte de las imágenes de un poeta proceden de sus lecturas, el resto procede de su entera vida sensitiva desde la más temprana niñez. Y esos registros, pudiéramos abundar, van quedando impresos en nuestra corteza, prestos a salir desde el subconsciente en dos formas distintas: una como tromba desequilibrada que no trasciende el simple ejercicio creador de algo, y otra como llovizna que tamiza y refresca, en este caso, el suceso poético, y porqué no, que lo provoca. No pocos poetas afirman que al menos uno entre sus mejores textos fue obra de algún impulso definitivo que no requirió correcciones posteriores. ¿No ejemplifican esos casos de fluencia psíquica profunda, el fluir del subconsciente.

El vasto espectro reflexivo en que se mueve la palabra poética nos permite disgregarnos o congregarnos según nuestras opiniones y nuestra actitud ante el enigmático feudo de la poesía. Sea como fuere, aquellos que avanzamos por la senda de la palabra como oficio, sabemos que lo más importante es entregarnos a la escritura y la confrontación, recluidos en uno mismo, como un brutal ermitaño que vocifera hacia otro ermitaño. Mi entorno vital es la palabra esculpida, e intento defenderla bellamente.