Dominguera (II)
Una escafandra de nubes arropa
este cerco de montañas que hasta los ojos reprime. El sol se pierde en algún punto
impreciso entre una cresta y la nostalgia, o entre una cresta y la saudade diría mejor, acaso para darle lusitana
perspectiva al instante, cierta cadencia temperamental que tanto acá se echa de
menos. ¿Cómo habrá sido este amanecer en Estambul? Quizá una grieta de sol
entre dos continentes, quizá una lona abofándose cúmulo a cúmulo sobre el
Bósforo ¿Y cómo habrá muerto este domingo en Pekín? Tal vez con alguno de los
guardas de Ciudad Sagrada improvisando un escupitajo sobre el pavimento, de tránsito
a lo que – piensa él – podría ser un lunes mejor. Aquí la noche a punto de
parto se abalanza como alud, y cae a plomo sobre mí desde este cerco topográfico
que ahora apenas se insinúa bajo su propia sombra. El perro que el domingo
anterior pintó de orine un barrote de la reja que entristece la perspectiva bajo mi ventana, hoy ni siquiera pasó.