viernes, 24 de diciembre de 2010



La Noche Buena pertenece a El reino de este mundo.

Haciendo memoria, creo que sí, que hubo ocasión anterior, y con la de ayer, ya son dos las ocasiones en que sentí deseos de besar un libro al terminar de leerlo. Desnudo entre lobos, de Bruno Apitz, fue la primera novela que me arrancó lágrimones, ¡y besos! sobre el lomo de un vademécum que parecía encuadernado en el mismísimo Buchenwald . Pero aquellos goterones que ya forman estalactitas y aquellos besos tormentosos se justificaron – hasta ayer – con el cortocircuito mental que nos asistía en los años de adolescencia. Sin embargo: ¿¡como argumento semejante arrebato a los cuarenta años!? El papelazo se acentúa porque este libro de ayer debí haberlo leído hace mucho tiempo. Para alguien que intenta cincelar la palabra escrita – cubano para ahondar el escarnio – es una vergüenza llegar a los cuarenta años sin haber leído este libro. Pero así voy, con la mejilla ardiendo de ayer pa´acá. De cualquier manera, ente amorfo pero al fin y al cabo ente piececita ínfima del rompecabezas americano, me doy el lujo de leerme este libro, y de besarlo, real maravillosamente, a los cuarenta años.

En el exuberante contexto de El reino de este mundo, el fragmento que coloco debajo de este párrafo carece de la riqueza descriptiva, el lirismo y erudición que le preceden durante toda la obra, por lo que estética, literariamente, desbalancea mínimamente, en ese instante, la faena previa. Pero intuyo que Alejo Carpentier decidió hacer ex profeso esta brevísima “interrupción de estilo” (si cabe la expresión) porque intentó resaltar, en ese momento, solo el peso de un razonamiento compacto que resumiera la esencia no solo de toda la novela, sino también de la condición humana…en fin, que aprovechando el momentum, aquí debajo dejo mi aporte no mío a la ¡¿Noche Buena?!

"...el hombre ansía siempre una felicidad situada más allá de la porción que le es otorgada. Pero la grandeza del hombre está precisamente en querer mejorar lo que es. En imponerse tareas. En el Reino de los Cielos no hay grandeza que conquistar, puesto que allá todo es jerarquía establecida, incógnita despejada, existir sin término, imposibilidad de sacrificio, reposo y deleite. Por ello, agobiado de penas y de tareas, hermoso dentro de su miseria, capaz de amar en medio de las plagas, el hombre solo puede hallar su grandeza, su máxima medida en el Reino de este Mundo"