En el Tíbiri Tábara.
En el verano de 1930 los padres de Daniel Santos se trasladaron de Puerto Rico a Nueva York. Para ese entonces, el futuro guarachero (y bolerista) ya tenía claros – por aplicación – los conceptos de mal ambiente y mala vida. Antes del cambio de ribera, el muchacho se ganaba la vida en el barrio Trastalleres, Santurce, Puerto Rico, haciendo cualquier cosa a cambio de cualquier cosa. Lo mismo vendía aguacates, huevos, ron clandestino, hielo o carbón, que chuleaba a las mujeres, robaba, barría calles o destapaba cloacas. Cuando en 1932 el compositor boricua Pedro Flores lo descubrió, Daniel Santos ya tenía un prontuario policial interesante. Para el sello Decca grabó en esa época sus primeras piezas: Borracho no se vale, Yo no sé nada, Olga y Linda, entre otras. En 1941 cinceló en el éter un bolerón que lo inmortalizó: Despedida. Al año siguiente tiró abajo el Waldorf Astoria con la orquesta d Xavier Cugat, pero llegó la guerra a esa orilla y lo obligaron a alistarse en el ejército de los Estados Unidos. Borracho, drogadicto, bandolero y mujeriego eterno, no soportó la disciplina militar y terminó aplicando en vida lo que Hemingway escribió en Adiós a las armas: fuga y deserción. Fue capturado y cumplió castigo en Hawaii. En 1946 estaba de vuelta en Nueva York. Era ya leyenda viva cuando comenzó a cantar con la Sonora Matancera. Daniel ganaba 1000 dólares al mes y 25 centavos los músicos de la Sonora, y tuvo que poner dinero de su bolsillo para enderezar el salario de sus compañeros de fórmula. En esas estuvo hasta que la Orquesta negoció un contrato por 25 dólares al mes para cada integrante. Caminaba a paso doble el año 1948. Desde ese entonces y mientras respiró, se paseó, cantó y escandalizó por América y media. En la cárcel durmió más de 100 veces. En 1959 Daniel Santos levantó su voz a favor de Fidel Castro y la Revolución Cubana, pero no lo hizo por convicción ni postura de gallina ideológica; lo hizo porque el engaño no era perceptible en ese momento. Alguna vez dijo: Yo no creo ni en la luz eléctrica. Aquí debajo, una pieza de Daniel Santos, con la Sonora Matancera.