domingo, 4 de julio de 2010



Majority Report

Los periódicos y noticiarios televisivos de Costa Rica hacen su agosto diario con los reportes detallados de cuanto hecho delictivo tiene lugar por esta ribera. Robos – del arete al carro – a mano armada, desarmada y desalmada. Crímenes pasionales y ecuánimes. Estafas multimillonarias y de cuatro quilos. Asaltos “de película” y de risa. Atracos en sucursales bancarias, establecimientos comerciales, gasolineras y quincallerías de mala muerte. Evasiones fiscales y carcelarias. Tráfico humano, de drogas, de licores, de órganos humanos, de órganos musicales y hasta de órganos genitales. Tiroteos callejeros y caseros. Extracción de minerales y tala ilegales. Infracciones de las leyes del tránsito y del trueque. Secuestros y extorsiones. Procesos en contra y a favor de la corrupción y las corruptelas. Atropellos viales y policiales. Sobornos, abusos de poder y de miseria. Violaciones monetarias, físicas, espirituales y de espiritistas. Contrabando de lo que aparezca. Fuga de capitales, de capitanes de barcos y de grumetes. Puñetazos y puñaladas. Persecuciones y arrebatos. Y la gente vive pendiente pero al margen, mientras no llega la hora de reforzar la dieta del numerito estadístico. El viernes 25 de junio el teléfono celular de un servidor pasó de su mano derecha a la mano izquierda del tipo que se lo arrancó en uno de los bulevares de San José… y el numerito estadístico engordaba mientras el tipo se alejaba – note en el aba-aba la pobreza evidente de mi lenguaje – a la carrera en bicicleta, con mi teléfono como botín de guerra. Y lo peor es que lo menos relevante es la pérdida del aparato. Duele más el secuestro de la integridad emocional. No es necesario sentir el falo tieso de un pervertido entre las nalgas para sentirse violado; cualquier ultraje define un suceso como violación. A mi cerebro acudieron, ese día y posteriores, las golpizas que allá por la primera mitad de los años 90 “otorgaban” en mi Habana a los carteristas y “arrebatadores” sorprendidos en el cumplimiento del deber. Aquí eso es pura ficción. Los culebrones de Star Trek, La guerra de las galaxias o Avatar se materializarán primero. Ya lo dije antes, el tipejo me llevó el celular en un bulevar – lleno de gente, abundo ahora – y los gritos y la carrera de 400 metros – con obstáculos – que desarrollé en el intento de pescar al pedaleante caco, sirvieron, si acaso, para optimizarle la fuga. Vía libre al delincuente, debería ser el slogan que sustituya al Pura vida actual que ¿identifica? la ribera desde la cual escribo, sin preocuparme por la existencia del Paraíso, como diría el poeta. Si esto se parece a Suiza, en la de Europa no me espere nadie. Para ser justo, debo admitir que el bandolero bien podría ganarse la vida, honradamente, en un circo: el teléfono cambió de mano y dueño aproximadamente a 40 kilómetros por hora. Según conocidos y desconocidos, debo alegrarme porque la violación no incluyó perforaciones en la epidermis. Y no les falta razón: definitivamente, mi paladar, asimila mejor el sabor de una pizza que el de la pólvora.