¿Tiene una relación muy personal con Dios?
Tengo una relación muy personal con Dios. Titular habitual en cualquier diario de la comarca. Esta vez corrió la tinta de imprenta para embarrar la plana ¡¿cultural?! del periódico La Nación – el más importante en esta provincia centroamericana – con las palabras al viento de un fulano salvadoreño, un presunto cantante de no se sabe bien qué, cuya cédula de identidad y huellas dactilares le emparentan con un tal Álvaro Torres. Del titular no pasé, porque es obvio que para sandeces con las que salen de los maullidos del gato de mi hija ya son suficientes. De hecho, es más personal la relación que tengo con ese gato, que la que pueda tener aquel cordero con su non plus ultra. Sería bueno preguntarle en que se apoya la personalización de su relación con algo absolutamente impersonal e impalpable, e inexistente para mí. Tomando su guardarraya devocional podría yo decir que tengo una relación muy personal, por ejemplo, con el olor de los libros; un ciclista profesional podría decir que tiene una relación muy personal con las líneas discontinuas del pavimento, un chofer con las curvas de la carretera, un ingeniero químico con el hidrógeno, un profesor de secundaria con el escándalo de los alumnos dentro del aula, un catedrático de la lengua con el modo subjuntivo, una gallina con los colores del arcoíris. Es evidente que al acto de fe, por definición, no se le piden pruebas, argumentos, hipótesis ni teorías para apuntalarlo, pero lo peor es que ni siquiera se le piden neuronas.