Crónicas castrenses (III)
El 1ro de mayo de 1961, y
tras haber desfilado en la Plaza Cívica de La Habana (después Plaza de la
Revolución) el último de los tanques, cohetes y fusiles con que contaba el
nuevo régimen, Fidel Castro comenzó su interminable perorata. En algún momento
dijo: “A los que nos hablan de la Constitución de 1940 nosotros respondemos que
la Constitución de 1940 ya es anticuada, demasiado vieja para nosotros, que
estamos ya muy crecidos para ponernos ese trajecito corto de la Constitución de
1940. Esta iba bien para su época, pero nunca fue aplicada y ahora está
superada por nuestra revolución” Una vez más invoca F.C esa primera persona del
plural que primera del singular debería ser. ¿Quién había tomado esa soberana
decisión de tan dramáticos ribetes? ¿El Consejo de Ministros? Imposible
legalmente ¿Cómo es posible anular de golpe y porrazo una Constitución sin
previa y extensa consulta popular antes de intentar la más mínima modificación
del más superfluo de sus incisos? En abril de 1952, Fidel Castro, ese “humilde
ciudadano”, según se definió a sí mismo frente a los tribunales batistianos, se
atrevió a invocar en su alegato “La historia me absolverá” la Constitución de
1940 como el eje y faro de su lucha y por tanto, de su postura de gallina cívica.
Y amparado en los siguientes artículos constitucionales, citados textualmente
por él mismo, se atrevía a pedir la condenación de Fulgencio Batista: “Todo
aquel que cometa un acto con la intención determinada de impedir total o
parcialmente, o incluso temporalmente, al Senado, a la Cámara de
Representantes, al Presidente de la República o al Tribunal Supremo de Justicia
el ejercicio de sus funciones constitucionales, será sancionado con una pena de
privación de libertad de 6 a 10 años”, y la tapa al pomo: “Aquel que trate de
impedir o dificultar la celebración de elecciones generales será sancionado con
una pena de privación de libertad de 4 a 8 años” “La historia me absolverá”
pasará a la historia que no absuelve como una rara avis, es decir como un alegato sobre cuyos folios su creador
se cagaría soberanamente. No obstante, honor a quien honor merece pues justo es
admitir que algunos pasajes de La historia me absolverá se convirtieron en
canónicos para la vida patria. Leamos las quejas estadísticas, tan caras al
Napoleón tropical, contra las que pretendió luchar para ser absuelto por la historia
(Datos estadísticos de 1952. Para 2012: multiplique las cifras por millones)
1) “Los 600 000 cubanos
que están sin trabajo y que desean ganarse su pan honradamente sin tener que
expatriarse para vivir…”
5) “Los 30 000
profesores y maestros de escuela llenos de abnegación, que son necesarios para
asegurar una suerte mejor a las generaciones futuras y a quienes se les trata y
se paga tan mal…”
6) “Los 20 000 pequeños
comerciantes abrumados de deudas, arruinados por la crisis y rematados por una
plaga de funcionarios tramposos, corruptos y venales…”
7) “Los 10 000 jóvenes
profesionales, médicos, ingenieros, abogados, veterinarios, pedagogos,
dentistas, farmacéuticos, periodistas, pintores, escultores, etc. , que salen
de las aulas con sus diplomas dispuestos a luchar por la vida y llenos de
esperanzas, para encontrarse en un callejón sin salida…y nadie que responda a
sus clamores y ruegos”
¿La historia lo
absolverá? No creo.