FaceLook.
Una mujer, un hombre, novios durante 7 meses, (15 esculturales
años ella, 20 intrépidos él) se reencuentran, 35 años después, en facebook.
Ella vive hace 30 abriles en EE.UU. En Noruega él, igual ponle tres décadas.
Divorciados. 5 hijos en el tándem: 3 ella, él un par. La última vez que se
vieron, Notre Dame ni en planos. Ambos en el andén: se les fue el tren con los
mejores años. La mujer “sube” a su “página” unas fotos de cuando aquello del
noviazgo sietemesino. Comenta él, elogioso. Comenta ella una de él,
amarillenta, como esa de que habló Miguel Hernández. Ella, 180 libras en metro
y medio de estatura, – centímetro más centímetro menos – ya no es la misma “de
cuando aquello”. Él ni hablar: 200 en 1.75. Planean “verse”, por internet. Y lo
hacen. Las imágenes son un horror, un atentado somático pero ninguno se atreve
a escupirse las verdades en la cara. Si acaso: “estás más lleno”, “tú también”.
Notre Dame en los planos la última vez que hicieron un trámite sexual. El señor
ya ni recuerda si la sonrisa que se abre en la entrepiernas de una mujer es
vertical u horizontal. Yo creo que es horizontal, medita. Tampoco recuerda si
queda algo por ahí por donde sube y baja la cremallera de sus pantalones. Yo
creo que sí, se alegra, porque meo. Planean encontrarse, en terreno neutral, Atenas,
digamos. Y lo hacen. Ella según él: pa ´los leones. Él según ella: pa ´los
cocodrilos. Por segunda vez ninguno se atreve a escupirse las verdades en la
cara y vaya usted a saber cómo llegó hasta la cópula ese par de sandías pero hay
milagro en plenilunio: lo logran. Dos miserables minutos demora el acto final
de la tragedia griega. El tiene sus mañas, ella también. Pero el amor todo lo
puede, o casi, y hasta se habla de matrimonio. Regreso a casa. Al día
siguiente, notifica el de las 200 libras, por facebook, proposición de vuelta
de página a quien fuera escultural jovencita a los 15 años. Acepta ella, con
alivio.