Suicidas memorables.
Leyendo El lobo estepario de Hermann Hesse recordé a dos poetas cubanos: Raúl Hernández Novás y Ángel Escobar. El suicidio como opción de vida, como posibilidad. La muerte a mano propia como instrumento plausible para cerebros lúcidos y sombríos a un tiempo, para espíritus intensos intentando desvanecerse, quebrantarse ya definitivamente. Hernández Novás y Ángel Escobar son casi los últimos poetas del decálogo suicida de la poesía cubana. Ya se ha hablado de eso, bastante, buscando simas, con s, no hay error. Tormento, agonía de vivir en ambos casos. Y el suicidio siempre como alternativa, de dominio público, además. El grandote de Hernández Novás despidiéndose con un pistoletazo, el cuarto, porque no soltaba la bala con premura de muerte aquel objeto de museo con el que finalmente logró pasar al reparto de las mayorías, en junio de 1993. La pistola era del siglo XIX. Ángel Escobar saltó al vacío desde el séptimo piso de un edificio habanero, el 14 de febrero de 1997. Hubo – hay y habrá – poetas suicidas, cubanos y de otros rumbos, antes y después de Raúl Hernández Novás y Ángel Escobar, pero es el caso que la obra de estos dos me parece superior que la de sus inmolados predecesores en el terruño. De toda la poesía d Hernández Novás, los cuasi fílmicos Sonetos a Gelsomina rozan el borde de lo sublime. De Ángel Escobar rescato sobre sus otros libros, Abuso de confianza, y El examen no ha terminado, publicado póstumamente. Un par de poemas no pueden devolvernos a la vida la presencia ya trunca de ambos. La presencia física, quiero decir, porque estos dos hombres, ahora nombres, no son, para decirlo a la manera de J.L.Borges, de aquellos que llegan primero a la meta: el olvido.
Y yo te voy siguiendo, Gelsomina,
por la intemperie fría, en extramuros
del tiempo y del amor, bajo los duros
cielos donde la lluvia no germina.
Déjame ser, entre la tarde gualda
y ante el mar de fronteras de granito,
la piel dócil y basta en que el perrito
hermana la sonrisa de tu falda.
Yo te veré, desde el salón sombrío,
con gestos muertos en las manos, mudos
aplaudiendo su tácita caricia.
Y tú no me veras, desde el baldío
tablado en que muequea la estulcia
de los cansados monigotes rudos
HÁBITAT. (Ángel Escobar)
VIVO en la punta de un cuchillo.
Si resbalo hasta el filo, sajado
seré antes de llegar al cabo hondo.
Si resbalo por el lomo, me haré añicos
después del mango sucio. Si por los planos
caigo, astillas seré en los bordes atornillados, sí:
no tengo alternativas, y ya no sé
si estar así es peligroso -
ya no comprendo nada:
aquí llegan los ruidos de los alrededores -
querría un poco de silencio,
un ápice de candor, algo
que no mate ni mienta -
oigo una música: sé que soy
un bastardo lastimoso, roto así
cómo se me escapa el arte y surge
la imperfección de este poema.