sábado, 4 de abril de 2009


Memorial del Convento

La alegoría llega cuando describir la realidad ya no sirve. Los escritores y artistas trabajamos en las tinieblas, y como ciegos tanteamos la oscuridad. Fueron palabras dichas por José Saramago en 1982, cuando lograba lo que pocos han conseguido, menos aún al mismo tiempo: publicar una novela y elevar a la categoría de sublime su labor como escritor. Memorial del Convento, engranando con precisión de relojero en el exótico estilo narrativo-descriptivo una historia irreal y desbordada de fantasía, pero soberbiamente lírica y humana, fue el vehículo que transportó al portugués de la Tierra al Monte Olimpo. Saramago tantea en la oscuridad y trabaja en las tinieblas, pero utiliza mirilla laser para colocar sus proyectiles justo donde la oscuridad le ofrece un blanco repleto de eterna transparencia. Describir la realidad literalmente ya no le sirve para mucho, pero se apoya en la urdimbre del Medioevo Inquisidor con el objeto de legitimar su validez histórica, y desde ahí, solidificar sus argumentos. Baltasar Siete Soles (el soldado manco), y Blimunda con sus poderes sobrenaturales, no solo deambulan juntos y separados los caminos del Portugal de comienzos del siglo XVIII, sino que llevan tras ellos todo el séquito de lectores. Memorial del Convento es una historia de amor sin palabras de amor, pero además es una historia de amor que no necesita palabras de amor. Para el arte, literario en este caso, una historia no tiene que ser literalmente real para ser verídica, y Memorial del Convento puede desencajarnos hasta las lágrimas y desgarrarnos la médula porque es ficción creíble y porque no solo a sus personajes y protagonistas les transparenta la voluntad y les deshace el alma. Esta novela de culto, llena de pasajes memorables como aquellos que describen la reconstrucción y el vuelo del ilustre artefacto, la angustia de Blimunda por la ausencia del amado, o el triste final, nos recuerda que la vida es un viaje casi siempre desbordado de un lirismo terrenal, crudo y angustiante, pero siempre valedero cuando el amor le acompaña. Según Saramago, La alegoría llega cuando describir la realidad ya no sirve, pero al decirlo quizá no sabía que la alegoría también llega cuando una novela como esta deja una marca de tal magnitud en nuestro pensamiento que nos obliga a encuadernarla en el feudo alegórico de la poesía. Y aquí les dejo mi sugestión poética en honor a Memorial del Convento.

¡Ah Blimunda

que dolor espectral

el de mi carne

puro carbón sobre la hoguera!

Mi chasquido cociendo el silencio.

Mi chasquido

alimento de la turba que también fui.

Contigo aquí

ya no es mi angustia

el signo que levita.

La plaza hiede a mi

no importa

mi voluntad no es parte de ello.