viernes, 16 de enero de 2009

Decatalogando Decálogos a mi manera.

Concentrar tanta energía como sea posible, liberar las válvulas, sentir que poco a poco el pensamiento te adelanta, que no espera por ti, que absorbe incluso lo inefable, y en su arranque, vigoriza tu cerebro como el doping vigoriza el rendimiento del atleta desde la línea de arranque. No estoy hablando de principios básicos de la Física: “la energía ni se crea ni se destruye..ni se ve”, ni de la Física de los fluidos, no increpo ni alabo procedimientos de tramposo, ni intento salvarme con un palíndromo de pionero porque Arreola ya camina por la eternidad, aunque a ruda metralla he de hallarte madura musa mía.

Escribir es un delirio conmovedor, tiránico, un constante desasosiego. Escribir es quizá el único placer sufrible, devastador, de agonía disfrutable; ejercicio en el que a veces logramos cincelar ese rasguño en la piedra que tanto procuró el Maestro Lezama: la eternidad desde la obra de arte. Escribir es desear que se prolonguen toda la vida - y toda la muerte- suspendidos, los proyectiles que Borges aletargó durante un año para que Jaromir Hladík terminara su encomienda en “El milagro secreto”. Pero tampoco estoy aquí filosofando sobre amores.

Entre los buenos y físicamente ausentes escritores de la América Hispana, siempre hubo algunos que dejaron entre risibles y solemnes “Decálogos del Escritor”. A manera de lección testimonial, argumentaron sobre como debe un escritor - sea cuentista, novelista, dramaturgo, poeta, ensayista o columnista, e incluso tercermundista - enfrentar el duro y muchas veces ingrato, pero siempre alucinante e irrenunciable oficio de someter la página en blanco (Baudelaire, Mallarme ¿?), ya sea de pulpa o Microsoft Word, que los tiempos cambian. Tan dados genéticamente a la polémica underground o a viva voz, los decálogos, antidecálogos y hasta refutaciones de decálogos proliferaron en la jungla del gremio. Y que conste, sin ser los 10 mandamientos divinos, también lo han sido, y hasta en número mayor, solo que para un número más reducido de creyentes.

Entre mis preferidos está el “Antidecálogo del escritor” de J.L.Borges, en el que sarcásticamente el autor se coloca a si mismo como el peor ejemplo, al considerar que todo escritor debe evitar esos juegos exóticos con el tiempo y el espacio, elementos recurrentes en su propia obra. ¡ Ahh..ese Borges inefable, irreverente hasta para enfrentar su muerte !

Asomarme al “Decálogo del perfecto cuentista” de Horacio Quiroga, es presentir que una vez más comienzo a ser el personaje de aquel cuento en el que voy a la deriva , mordido letalmente por mis contradicciones.

“Refutación del Decálogo del perfecto cuentista de Horacio Quiroga” de Silvina Bullrich , pasa apenas como curiosidad histriónica, intento de pose con afectación, que solo pretende llamar la atención - con rima y todo - pues hay que estar medio loco o teatralizando, si cabe el término, para atreverse casi desde el anonimato, a tildar de ingenuo a Horacio Quiroga.

Pero mi favorito sin rival cercano en nuestra rivera es el “Decálogo del escritor” de Augusto Monterroso. Fiel y digno ejemplar de laconismo literario, su plato fuerte, Monterroso nos regala una joyita, una más, de su pensamiento. Se puede o no coincidir con los mandamientos de su decálogo – para mi, verdades como una casa – pero no puede el lector, ni el escritor, negarse una sonrisa al leerlos. Y ese detalle relajador, en mi criterio, lo deposita y sacraliza en el subconsciente como ningún otro decálogo por estos rumbos, pues digerimos el texto sin defensa previa. Cuando tengas algo que decir dilo, cuando no también. Escribe siempre , comienza Monterroso su epifanía, para casi al terminar la fiesta recomendarnos: no olvides los sentimientos de los lectores...es lo mejor que tienen; no como tú, que careces de ellos, pues de otro modo no intentarías meterte en este oficio. Insuperable !

Si pudiera cambiar un verbo por otro, una simple palabra por otra, y puedo, terminaría este artículo como termino:

Tomando breves fragmentos del poema “Llorar a lágrima viva”, de Oliverio Girondo, desplazaré de húmedo y lacrimoso sitio, una acción por otra, una palabra por otra, para dejarle a los colegas de sindicato mi Versión – Decálogo de un solo mandamiento. Y este será el resultado final, y el necesario final :

1- Escribir ante las puertas y los puertos / escribirlo todo, pero escribirlo bien / escribir improvisando, de memoria / escribir todo el insomnio, y todo el día !!