Rebelión en el
gallinero.
Un grupo de 5000
personas, al amparo de algún que otro gallero senatorial, pretende lanzar una
moción con el despropósito de legalizar en Costa Rica las peleas entre pollos
del sexo fuerte. El desparpajo y la desvergüenza no conocen de límites. Al
menos en teoría, en estamentos parlamentarios y populacheros, quebrantos
emocionales con tratamiento de sicólogo provocan las peleas de perros. Pero no
es lo mismo ver a dos canes despedazándose que a dos gallos finos desguazándose.
Entre los plumíferos la sangre no llega a magnitudes de charco y todos los elementos
anatómicos – con la excepción de algunas plumas ventosas – se mantienen formando
un único cuerpo. No igual horror provoca en el quórum una dentellada arrogante que
un sencillo picotazo o un pueril espuelazo en la cabeza del contrincante. La
claque se conforma con el cambio del hiriente último alarido por cacareo terminal.
Y si no es mucho pedir, también se contenta. Si la propuesta pasa los filtros y
llega al debate, la próxima caricatura en querella será una mía, sin sangre,
sin desmembramientos: colgar en una plaza pública, por inmorales, a estas 5000
personas, formando círculos, además, en torno a los cuerpos tiesos, oscilantes,
de los regios galleros senatoriales.