domingo, 30 de enero de 2011




I/Reflexiones decimonónicas.

Charles Baudelaire murió a los cuarenta y seis años. Una vida de excesos mutilada tempranamente. Su extensa y fecunda obra literaria lo inmortalizaría. Poeta capital más que maldito, acaso el primero de los grandes poetas modernos, legó en Las flores del mal un sello no solo de originalidad temática, precisión en el empleo de recursos literarios y belleza expresiva lograda desde los tópicos más pedestres, sino también un sello de valentía. Con Las flores del mal (1857), Baudelaire agravió a las “buenas costumbres” y la acartonada moralidad de mediados del siglo diecinueve francés. La droga, la indolencia, la prostitución, el erotismo, la muerte, el lesbianismo, la depravación y el libertinaje son temas de culto en los sonetos de Las flores del mal. Todavía, a mediados del siglo veinte, en la Francia libertina y transgresora, la censura maceraba algunos textos de Las flores del mal. Ni siquiera La ciudad luz – que bien vale una misa, según palabras de Enrique IV de Navarra (1553-1610) – tuvo encanto suficiente para deslumbrar al poeta, aunque nunca pudo prescindir de la ciudad para vivir, o mal vivir. En 1869 se publicaron póstumamente, las prosas poéticas que Baudelaire había compilado en El spleen de París. Algo así como una invitación al tedio, a la melancolía, el asco y el desasosiego. Poesía prosaica, pero buena. En 1867, tras largos años padeciendo sífilis, postrado por problemas motores y pérdida de facultades cerebrales, aunque siempre lúcido, muere, joven aun, Charles Baudelaire. Al otro lado del Atlántico ya crecía sin control la barba de Walt Whitman. Todavía no le permitían el boom editorial de su obra y la ovación pública, comprar la casa en la que años más tarde recostaría sus achaques, en Camden, Nueva Jersey. No obstante Hojas de hierba, su faena maestra, ya daba de que hablar. Yo haré ilustres las palabras y las ideas que los hombres han prostituido con su sigilo y su falsa vergüenza, anunciaba el poeta norteamericano en 1857, un año después de la segunda edición de Hojas de hierba. Al otro lado del Atlántico, casi a la misma hora, Baudelaire se afanaba en el mismo empeño: todos los imbéciles burgueses que pronuncian las palabras inmoralidad, moralidad en el arte y demás tonterías me recuerdan a Louise Villedieu, una puta de a cinco francos, que una vez me acompañó al Museo del Louvre, donde ella nunca había estado, y empezó a sonrojarse y a taparse la cara. Tirándome a cada momento de la manga, me preguntaba ante las estatuas y cuadros inmortales cómo podían exhibirse públicamente semejantes obscenidades. En 1887 José Martí escribiría en Nueva York una crónica laudatoria sobre Walt Whitman para el periódico mexicano El Partido liberal. D.H.Lawrence, en un libro sobre literatura estadounidense, dice q Whitman es el único pionero en la poesía, y que en Europa los probables pioneros no fueron más que innovadores. Es decir, que Whitman es el non plus ultra y lo demás es bobería. Pero D.H. Lawrence, además de británico, fue un ser humano, y equivocarse es algo factible dentro de la especie a la que en vida perteneció. Aunque arropado el galo con la tristeza y el yanqui con el gozo casi pueril de la existencia, Charles Baudelaire y Walt Whitman comparten, cada uno en su lengua, la complicidad en la etimología, la irreverencia, el desparpajo expresivo, la libertad estructural – el francés es un pionero de la prosa poética, Whitman del verso libre – y comparten, además, la causa que aquí los trajo: un lugar en la eternidad.


LAS DOS BUENAS HERMANAS (Poema 134. Las flores del mal. Charles Baudelaire)

La Licencia y la Muerte son dos buenas muchachas,

pródigas de sus besos y ricas en salud;

su flanco siempre virgen y cubierto de hilachas,

con la eterna labor jamás ha dado a luz.

Al poeta siniestro, enemigo del hogar,

favorito del infierno, cortesano sin más,

tumbas y lupanares le muestran tras su vallado

un lecho que el remordimiento no frecuenta jamás.

Y el ataúd y la alcoba con grandes blasfemias

nos ofrecen alternando como buenas hermanas

terribles placeres y horribles deleites.

¿Cuándo quieres enterrarme, Vicio de brazos inmundos?

Muerte, su rival en atractivos, ¿cuándo vendrás

a plantar tus negros cipreses sobre sus mirtos fétidos?



(Walt Whitman. Hojas de hierba. Fragmento)

¡Tú, hotentote que chasqueas la lengua contra el paladar!¡Vosotroas, hordas de cabellos ensortijados!

(…)

¡Tú, negro austral, desnudo, rojizo, fuliginoso, de labios prominentes que te arrastras buscando tu alimento!

(…)

¡Tú, beduino ignorante, rudo, zahareño!

¡Vosotras, multitudes de apestados de Madrás, Nanquín, Kabul, El Cairo!

(…)

Y no prefiero a los demás mucho más que a vosotros.

No digo nada contra vosotros. Estáis allá lejos.

(Avanzareis y os pondréis a mi lado cuando sea hora)


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