viernes, 2 de enero de 2009

Información necesaria.

Según versión taquigráfica del Consejo de Estado de la República de Cuba, ayer, la invicta Revolución Cubana cumplió 50 años de vida.. y “de victoria en victoria”, gruñó el Consejo.. de Ancianos.

Cubano al fin y al cabo, conocedor del tema por sus efectos sobre la digestión, la migración, la contracción cívica, moral, económica y corporal, y por estudios, más que abundar en el asunto, creo indispensable proveer al prójimo no nativo de la herramienta necesaria para desarrollar una correcta lectura o interpretación, desde la primera palabra, de cualquier artículo o comentario alegórico al suceso, que provenga de la prensa radial, televisiva, digital o escrita de la Isla.

Usted debe saber que tanto en el uso del Idioma, como en todo lo demás, las autoridades del Cocodrilo Geográfico se toman atribuciones interpretativas (no pensar jamás en la palabra “libertades”, de rigor mortis en el entorno isleño ). Por ello, siempre que provenga de Cuba, nunca se enfrente a artículo o comentario alguno referido a su Revolución, si se siente usted agotado síquica y mentalmente, pues deberá estar constantemente sometiendo su cerebro a ejercicios de reinterpretación de reinterpretaciones, si pretende captar el sumun del meollo. Algo así como traducir al mismo idioma lo que se lee o escucha, invirtiendo radicalmente los términos, y por tanto, el contenido.

Por ejemplo: según estricto análisis académico de la verborrea política insular, las palabras “invicta”, “revolución”, “victoria”, y “vida”, son impropias apropiaciones, versiones libres, desfachatadas – y taquigráficas - del concepto real, según contraste visual con las definiciones explícitas que se leen en la edición 22 del Diccionario de la Lengua Española de la RAE.

Donde usted lea o escuche la palabra “invicta”, debe asumir que le dicen butacón roto, escaparate viejo, comején, paciencia o derrota. Donde le ladren “Revolución”, significa orine putrefacto, ruina, degeneración o involución. “Victoria” pudiera reinterpretarse con un enfoque cinematográfico, farandulero o boxístico. Usted primero lea, escuche, y dado el contexto, digiera la palabra como sinónimo de Victoria Abril, o Beckham, o tirado en la lona, o nockout. De “Vida” interpretará correctamente diva, desesperación, desasosiego, final cercano. Y así sucesivamente hasta el punto final, o el último salivazo frente al micrófono.

Para su tranquilidad y estabilidad emocional, debe saber que estos sinónimos – antónimos llegan casi siempre solo en versiones del Consejo de Estado de la República de Cuba, y que muy pocas veces las agencias de prensa internacionales y los medios globales de comunicación se aventuran en asunto lingüístico tan complejo.

Corroborando lo dicho en el párrafo anterior, aquí les dejo con dos sobrios artículos publicados ayer en el Diario más importante de Costa Rica, “La Nación”, referidos al tema Revolución Cubana. Después de leerlos, personalmente, no creí necesario agregar leña al fuego..¿ Quedó algo por decir ?. Se ve arder la hoguera en lontananza.

Costa Rica, Jueves 1 de enero de 2009

/OPINIÓN

EDITORIAL

Cincuenta años de despotismo

El producto de la dictadura castrista es una innegable tragedia histórica

Solo el fin del totalitarismo permitirá a los cubanos ser dueños de su destino

Hace 50 años, los cubanos recibieron esperanzados la noticia que, desde semanas atrás, parecía inevitable: el dictador Fulgencio Batista había huido de Cuba, ante el colapso de su Gobierno y el avance incontenible de las fuerzas rebeldes. Seis días después, en medio del júbilo incontenible, su principal dirigente, Fidel Castro, ocupaba el poder en La Habana, reiterando el mismo mensaje proclamado durante tres años de insurgencia: freno a la corrupción, democracia, justicia y dignidad nacional. Parecía que, al fin, la isla avanzaría con vigor por un sendero de progreso y libertad.

Las condiciones eran promisorias. A pesar de sus grandes problemas políticos, Cuba contaba para entonces con algunos de los mejores índices económicos y sociales de América Latina. La diversificación productiva avanzaba con rapidez. Sus vigorosos aportes culturales trascendían más allá de las fronteras. El país y, especialmente, su capital, era un lugar cosmopolita y abierto al mundo. Con la implantación de la democracia, el fin de la corrupción, la consolidación de las instituciones y la mejora de sus políticas redistributivas, el avance podría ser arrollador. Fidel Castro encarnó públicamente esa ruta.








Pero la realidad fue muy distinta. Las promesas pronto fueron traicionadas, de la mano del paredón, la represión y la implantación de un totalitarismo de signo marxista. Por eso hoy, tras la más larga dictadura unipersonal de la historia, la Revolución Cubana es, apenas, un lamentable cascarón retórico, que no puede ocultar el trágico balance de cincuenta años de despotismo.

La economía está paralizada, no por el embargo estadounidense, sino por la naturaleza centralista, totalitaria, ineficiente y caprichosa del sistema. Pese a su gran potencial agrícola, más de la mitad de las tierras está sin cultivar y se debe importar el 80% de los alimentos (la mayoría, por cierto, de Estados Unidos). Sus principales fuentes de ingresos son el turismo, los minerales y la venta de mano de obra especializada al exterior. El país es incapaz de sobrevivir sin depender de un poder externo –llámese la Unión Soviética o Venezuela–, que otorgue subsidios o trueques para compensar el desastre económico: una vergonzosa dependencia.

La infraestructura –viviendas, carreteras, electricidad, agua potable– no cesa su deterioro, acelerado por tres recientes huracanes. La desnutrición afecta a amplios sectores de la población. En medio de la pobreza generalizada, las desigualdades son cada vez más palpables. La ética del trabajo ha desaparecido: robar al Estado patrón, para canalizar su producto al mercado negro, es una actividad generalizada. La tarea cotidiana más importante es luchar por sobrevivir cada día en medio de una crónica escasez. La población padece la esquizofrenia de una doble vida: la fingida en público y oficialmente aceptada, y la asumida en privado.

Pero la peor de todas las carencias es de libertad y garantías personales. El de Cuba es, en este momento, el único régimen de América que hace de la negación de la democracia, del rechazo a la alternancia en el poder, y de la conculcación de las libertades de asociación, expresión, reunión, movilización y trabajo, elementos consustanciales a su sistema político. Es, también, el único país hemisférico con prisioneros políticos, el único que controla minuciosamente el acceso de la población a internet, el único que tiene casi dos millones de exiliados políticos, y el único que, sistemáticamente, lanza turbas agresoras contra los ciudadanos que, tímidamente, se atreven a manifestar opiniones distintas en público.

Para endulzar tan oscuro panorama, el régimen pregona, como verdad incuestionable, los “grandes avances” en educación y salud. Sin duda, los índices en esos dos ámbitos son mejores en Cuba que en varios otros países de América Latina. Pero deben verse de forma muy matizada.

En primer lugar, porque, a la llegada de Castro al poder, ya estaban entre los mejores del hemisferio; por esto, el avance, en términos relativos ha sido mucho menor que en otros países, como, por ejemplo, Costa Rica, que los ha hecho en democracia. En segundo, porque todas las estadísticas provienen de fuentes gubernamentales, carentes de independencia. En tercero, porque, durante los últimos años, el deterioro sanitario y educativo ha sido alarmante. Y, finalmente, porque, aunque el mito fuera verdad, para nada justifica la peor dictadura de América.

Cuando se compara tan funesto panorama con lo que el laborioso y creativo pueblo cubano habría sido capaz de alcanzar si la revolución hubiera implicado libertad y democracia, el saldo del despotismo castrista es aún más deprimente. Se trata de una innegable tragedia histórica.

El que, ante tantos fracasos, Raúl Castro, sucesor designado por el convaleciente y enmohecido Fidel, no haya emprendido un verdadero proceso de reformas y, hasta ahora, haya cambiado lo menos posible para que todo siga igual, solo ratifica el empecinamiento de su apuesta totalitaria.

A cincuenta años de que renaciera la esperanza en Cuba, la única que hoy existe es el fin de su régimen. Solo a partir de entonces los cubanos podrán ser, como personas y pueblo, verdaderos dueños de su destino. Solo entonces podremos esperar un renacer que pueda convertir en realidad la añoranza de progreso, justicia y dignidad para Cuba.

Costa Rica, Jueves 1 de enero de 2009

http://www.nacion.com/disenos/v7.1/images/encabezado/logo-nacioncom.gif/OPINIÓN

Página Quince

Martín Santiváñez Vivanco

Cuba, el altar de Latinoamérica

http://www.nacion.com/disenos/v7.1/images/cuerpo/bullet-bajada.gif En Cuba, altar del continente, se continúa inmolando la libertad de millones de personas

Martín Santiváñez Vivanco es Director del Center for Latin American Studies de la Fundación Maiestas

En el Palacio de los Capitanes Generales de La Habana, joya suprema del barroco cubano, antigua sede del imperium Hispanorum y flamante museo de la ciudad, existe un retrato. Sin ser una obra maestra, el viejo lienzo adorna la galería de próceres de la independencia, a vista y paciencia de los curiosos de turno que ignoran quién es el jovenzuelo macilento de fina estampa, mirada brillante y audaz, cuyo porte quedó inmortalizado en una imagen que el tiempo, poderoso señor, ha preservado del olvido.

El hombre de nuestro cuadro es el peruano Leoncio Prado, patricio indómito que participó en la lucha sangrienta de Cuba por su libertad. A él se debe la hazaña de haber capturado, al mando de un puñado de guerreros mambises, el navío español “Moctezuma”, bautizándolo “Carlos Manuel de Céspedes”, primer buque de guerra bajo la enseña cubana. Años después, fusilado en la guerra del Pacífico sin cumplir los treinta años, Pradito –así lo llamaban sus amigos– se sumaría al panteón de los héroes sudamericanos que, trascendiendo las fronteras de los Andes, se enrolaron en una causa continental a costa de su propia vida.








La historia de Prado nos recuerda hasta qué punto el destino de Latinoamérica está unido a Cuba y a los cubanos. En el siglo XIX, una generación superior de patriotas latinoamericanos no dudó en ofrendar su sangre en busca de la libertad. Hoy, en plena era posmoderna, su gesta ha sido sepultada por unos líderes obtusos que se niegan a denunciar la satrapía que los Castro regentan en el corazón de Occidente. Prado y los suyos no soportaron vivir bajo el oprobio. Nosotros, infelices, nos hemos acostumbrado.

La herida cubana. Desde hace cincuenta años, Iberoamérica sangra por la herida cubana. La democracia latina, tras el triunfo de la revolución, deambula con las entrañas en las manos, como el alma en pena de una burda ficción dieciochesca. Sangramos y lo permitimos. Sangramos y lo fomentamos. España se ha sumado, ingenua, a esta feria de vanidades. El gobierno del PSOE, con su castiza reedición del appeasement, ha decidido convertirse en un gonfalonero más de La Habana, legitimando los actos espurios de una dictadura feroz que sonríe hipócritamente mientras nos inocula su ponzoña letal.

Contemporizar con el régimen castrista en pos de réditos electorales, podría resultar ventajosamente inmoral, si lo que pretendemos es adherirnos al grupo de autocracias que Chávez ceba con su petróleo. Por el contrario, si buscamos fortalecer a las frágiles poliarquías latinoamericanas, la alianza de civilizaciones y el brindis ideológico no tienen perdón. Fidel Castro ha mantenido el cetro de mando a vista y paciencia de todos, con la complicidad de una intelligentsia adormecida y unos políticos irresponsables.

Iberoamérica, para el apocalipsis cubano, nunca tuvo una escatología. So pretexto de hermandad y panamericanismo mimó al faraón caribeño con una diplomacia enclenque, propia de gobiernos populistas y demagogos de salón. Mientras nos enfangamos en discusiones bizantinas sobre las tenues reformas de Raúl y el prolongado otoño del patriarca, crece la estela de cadáveres del fidelismo, se ensancha el torrente de sus veleidades, impera el sinsentido de su prole ideológica y se compromete, neciamente, el futuro de la disidencia.

La democracia triunfará. La democracia triunfará sobre los Castro, sin duda, pero nuestra incapacidad para gestionar una dictadura en el largo periodo de medio siglo, nos condena a vivir con su herencia maldita por muchos años. El castrismo lo ha infectado todo. Para muestra, el botón del Grupo de Río. Brasil y sus pretensiones hegemónicas, Venezuela, sus satélites arcaicos y la hipocresía de buena parte de los Gobiernos latinoamericanos, han materializado el último triunfo diplomático de un régimen putrefacto. Negociando con la revolución, perpetuamos una estructura de poder cuyo objetivo inmediato es sobrevivir al dinosaurio. No nos engañemos. Cuba será libre a pesar de los Castro, jamás con su ayuda. La hidra partidista que suceda a Fidel pactará cuando tenga que pactar, conspirará y traicionará a la democracia. Sufrirá, por supuesto, la tentación de la pólvora. Y no entregará el Gobierno sin negociar prebendas y sinecuras. Por ello, alimentar sus apetitos equivale a cimentar su retorno.

Estamos en deuda con los cubanos. Solo una generación forjada en el viejo espíritu leonciopradino liberará a la isla del Leviatán comunista. Durante medio siglo, nos hemos sumergido en la apatía de Caín.

Hoy, para colmo, danzamos al son de La Habana. Mientras en Cuba, el altar del continente, continúen inmolándose día a día las libertades de millones de personas, las democracias latinas jamás serán viables. En tanto no cese el holocausto impuesto por Castro –ese Kraken insaciable de poder– la unión iberoamericana será una dulce utopía.

Pero así debe ser. Porque nada, absolutamente nada, ha de construirse sobre los huesos profanados de nuestro hermano, el justo Abel. Iberoamérica no está completa. Y sin Cuba, la auténtica Cuba, nunca, nunca lo estará.