En alta mar.
El ambientalista, Paul
Watson, capitán del barco Ocean Warrior,
fue detenido en Fránckfort, Alemania, por una orden internacional de captura
emitida por las autoridades judiciales de Costa Rica. Se le acusa, en resumen, de
navegación temeraria y agresión en alta mar a un pequeño barco pesquero
costarricense. Las consecuencias – todas para el pesquero – de la escaramuza
naval: más agua de la habitual sobre cubierta dado el chorro a presión a que
los sometieron, un dedo pulgar partido, tres arañazos sobre un juego de costillas
y el descascaramiento de la caseta del capitán. Son conocidos los esfuerzos,
la incansable batalla que Paul Watson y su gente libran en ara de proteger el hábitat
marino, pero también son de dominio público sus métodos de lucha poco ortodoxos.
Según el sucesor patronímico del personaje de Conan Doyle, el barquito
costarricense pescaba escualos para lucrar brutal e ilegalmente comerciando
aletas dorsales de tiburón. Según dueño y marinos del Varadero I, que así se llama
el pesquero de marras, ellos estaban pescando “cualquier cosa”. Cualquier cosa puede
incluir tiburones y la práctica del aleteo. No hay que ir muy lejos, apenas llegar
hasta el tele más próximo a su campo
visual y sintonizar un par de canales, digamos Animal Planet, digamos National
Geographic, para corroborar un par de sucesos: las agresivas y temerarias técnicas
de defensa del entorno marítimo de Paul Watson y la práctica extensiva del
criminal aleteo de tiburones en aguas centroamericanas. Entonces, ¿quién tiene
la razón?, ¿qué sucederá con este legajo de dimes y diretes? No debemos nublarnos
la vista con una ceguera romántica al estilo “salvemos el planeta” ni con un glaucoma
de billetes que obnubile nuestros pensamientos. Los dos contendientes tienen
motivos para incriminarse, ambos tienen un poco la razón. Paul Watson debería
mejorar sus modales, su educación formal en alta mar. Los marineros del Varadero I
deberían ser más honestos y procurarse el sustento como cualquier hombre de mar
y no buscando filones de oro. La más sensata de las soluciones, la salomónica,
diría yo, podría ser una disculpa pública de Paul Watson, la aceptación de las
mismas por el bando opuesto, y aquí no ha pasado nada.