sábado, 2 de mayo de 2015

Puerto seguro


 
Puerto seguro.

         He dicho que mi problema no fue evitar a Faulkner, sino destruirlo, señaló Gabriel García Márquez en sus conversaciones con Plinio Apuleyo Mendoza, recogidas en el libro El olor de la guayaba. Entre Faulkner, Kafka y Hemingway se redondearon las mayores influencias del colombiano, acaso las mejores. Y por supuesto que no hablaba García Márquez de hacer trizas al ex pintor de brocha gorda, piloto de avionetas de fumigación agrícola, generoso tomador de whisky, y además escritor de peso pesado, sino de zafarse con la mejor reverencia de la influencia de aquel “monstruo” de la Southern Literature. En la mañana del 2 de junio de 1961 mientras Ernest Hemingway se reventaba la cabeza de un escopetazo, en Ketchum, Idaho, tocaba tierra en México D.F Gabriel García Márquez. Unos días después, el 9 de junio, Gabo escribía desde el corazón azteca, en Novedades: Un hombre ha muerto de muerte natural. Para verlo simple, asumía tal vez con esa sentencia el necesario paso de un estado a otro de la materia, sea cual fuere la forma en la que tránsito sucede porque, en definitiva, a Hemingway ya nadie le quitaba lo baila’o. En fin, que el Gabo por norma solía agradecer la impronta de aquellos que lo marcaron. Con otros las cosas no funcionaban así.  T.S. Eliot, por ejemplo, en entrevista con Donald Hall se atrevió a decir que la obra de Ezra Pound era touchingly incompetente. Pretendiendo después poner un tibor donde caía la gotera soltando que that was a bit brash, wasn’t it? Ni que hablar hay del tutelaje literario que Ezra Pound ejerció sobre T.S. Eliot, y también sobre Ernest Hemingway quien por cierto, por aquel entonces (años 20) no habría estado ni de chiripa en el Inquest, junto a Carlos Williams, Ford Madox Ford, el propio Eliot y el propio Pound, de no haber sido por el palancazo que le dio este último. El comienzo del Ash Wednesday de T.S. Eliot ni siquiera hubiera sido el garrotazo que es sin las sugerencias de Ezra Pound porque no era el comienzo que Eliot pretendía para ese monumental poema. En Abaddón el exterminador, Ernesto Sábato escribió: si además del talento (…) estás dispuesto a sufrir, a desgarrarte, a soportar la mezquindad y la malevolencia, la estupidez, el resentimiento, la infinita soledad, entonces sí, estás preparado para dar tu testimonio. Unos mezquinos, otros no, al final el talento, la constancia se encargaron de salvar estos nombres.