domingo, 26 de septiembre de 2010


A propósito del 11 de Setiembre de 2001.

El 11 de Setiembre se cumplieron nueve años de los atentados terroristas contra el World Trade Center de Nueva York (Torres Gemelas), y la sede del Departamento de Defensa de los Estados Unidos de América (El Pentágono). Un comando suicida de la red yihadista Al-Qaeda se fraccionó en cuatro grupos que estrellaron tres aviones comerciales llenos de civiles contra dos símbolos del poder económico y militar del coloso norteño. Un cuarto avión se precipitó a tierra en Shanksville, Pensilvania, sin alcanzar objetivo alguno. Casi 3000 muertos en poco más de una hora nos recordaron que los choques entre civilizaciones no se limitan a la ceba de folios en libros de historia medieval. El siglo XXI abría el telón del escenario con una nueva cruzada entre dos mundos, dos maneras incompatibles de asumir el tránsito por la vida, y por tanto, dos interpretaciones antagónicas de la condición humana. Desde finales del siglo XI y hasta el siglo XIV, el Sacro Imperio Romano, los francos, españoles y otros pueblos de la Europa latina, se involucraron en dura batalla contra el islam con el propósito de restablecer el cristianismo en Tierra Santa y en tierra propia. (8 siglos de dominio árabe sobre España). Motivaciones menos dignas también estimularon la contienda, pero la defensa de los valores y lugares sagrados que apenas comenzaban a identificarnos como civilización, dignificaron la gesta y nuestros primeros gritos de victoria. Los ataques terroristas del 11 de Setiembre de 2001 fueron un escupitajo alevoso en la mejilla más exuberante de Occidente. La ofensa no fue solo a los Estados Unidos de América. Incluso partiendo ambas del monoteísmo, las religiones musulmana y cristiana bifurcan senderos y eso define no solo la perspectiva religiosa de ambos grupos humanos, sino el enfoque filosófico, cultural y existencial. La teoría de “falsa bandera” – conspiración del propio gobierno de los Estados Unidos – es resultado clásico de esa libertad que nos identifica y que en ocasiones llega hasta el libertinaje y la aberración interpretativa. Los grupos de la noctámbula izquierda latinoamericana y europea, de tan obnubilados que están, de tanto esfuerzo en ara de camuflar a toda costa y costo cualquier destello de luz que provenga de la ribera superior del Rio Bravo, han preferido creer que el 11 de Setiembre de 2001 el ex presidente George Bush actualizó su perfil de terrorista metódico y los bandoleros de Al-Qaeda fueron frágiles víctimas circunstanciales. Libertinaje explicativo que irónicamente les facilitó la libertad que defiende la primera enmienda de la Carta de Derechos de los Estados Unidos. No les alcanzó, para cambiar de criterio, con los 4000 muertos que antes vivieron en tierra de bisontes y luego dejaron la piel sobre las arenas de la Mesopotamia iraquí. Tampoco los convenció el predecible desastre económico que resultaría – y resultó – para los EE.UU la campaña militar en respuesta a los atentados. Hay otros hechos recientes que a gritos de dolor nos muestran la mejilla sangrante de nuestro bando en el eterno choque entre civilizaciones. La bomba colocada por un libio en 1988 en un avión de Pan Am, y que convirtió en recuerdos los cuerpos de 270 personas mientras rebasaban Lockerbie, Reino Unido; los 29 muertos que asumió Hezbolá en responsabilidad cuando en 1992 estalló un coche bomba frente a la Embajada de Israel en Buenos Aires; el atentado de Al-Qaeda en 1993 en el propio World Trade Center (6 caídos); los 200 muertos que dejaron las explosiones en el sistema de trenes de Madrid en el 2004 (Al-Qaeda) o los 56 que perecieron en el 2005 en el servicio de autobuses de Londres a manos de extremistas suicidas islámicos. Las prácticas de combate de los musulmanes incluyen deliberadamente operaciones contra la población civil occidental. Sembrar el terror donde no se puedan sembrar ideas. No imagino a un francés intentando colocar una mochila cargada de explosivos en un avión comercial paquistaní, a un noruego haciendo estallar su cuerpo con una carga letal, en medio de una multitud islámica, a un uruguayo aparcando un coche bomba frente al Consulado sirio en Montevideo. El mundo árabe también sufre la muerte de militares y civiles en su confrontación con Occidente. Y no importa el rincón del Universo, siempre duele un cuerpo humano desmembrado. Pero matar en combate o por accidente, y lamentarlo, no es lo mismo que matar dentro de grandes aglomeraciones urbanas, por placer, y celebrarlo. Los hombres no son una cuadrícula matemática, estamos llenos de inextricables rutas interiores que en ocasiones conducen nuestra conducta por el peor de los caminos. No son santos los militares estadounidenses que en Irak combatieron contra Al-Qaeda y la insurgencia remanente del despótico régimen de Saddam Hussein. Algunos cometieron actos deleznables. Pero el sistema judicial norteamericano, su opinión pública y los valores sobre los que se asentó hace más de 200 años el Stablishment, no perdonaron las faltas. Nada similar ocurre en el Norte de África y en el Cercano y Medio Oriente, donde en no pocos países los terroristas adquieren categoría de héroes como si adquirieran título nobiliario. Hace un par de días escuché a alguien comentar (textualmente): Los Estados Unidos se están ganando otro par de aviones incrustados en edificios públicos. Repugnante. En el tono el deseo de materialización. No compartir el derrotero de las políticas estadounidenses no debería ser obstáculo para identificarnos no solo como secuela evolutiva de las culturas prehispánicas – en el caso de los pueblos latinoamericanos – sino también como secuela evolutiva de la cultura greco latina, de la cual somos deudores todos los pueblos de Occidente. Nuestra fuerza no está en la negación del contrario, sino en reconocerlo desde la ratificación de nuestras diferencias, y por extensión, de nuestros valores y raíces. Desde el siglo V a.C, Leónidas, el Rey espartano, y sus 300 hoplitas, convirtieron el Paso de las Termópilas en el mejor baluarte que hasta hoy levanta como símbolo de carácter y gallardía nuestra civilización. En el ya milenario conflicto musulmanes vs occidentales cristianos no asoma vencedor ni vencido definitivo en las arenas del circo y tal vez nunca lo habrá, pero las libertades civiles y derechos humanos que, en términos generales, hemos ido alcanzando y atesoramos en Occidente, nos hacen acreedores del triunfo espiritual en esta inevitable contienda.


También puede leerlo en El Centroamericano.