Brasil: saudade.
Cuando Mario, ese alemán con fenotipo de Luigi,
futbolista para despertar más señas, y sañas, sobre todo entre aquellos que en el
planeta Argentina viven, metió el gol que descoció el alma de los gauchos, en
el episodio final del Campeonato Mundial de ingestión de bebidas alcohólicas, y
futbol, Brasil 2014, sin palitos de tendera se quedaron los alambres de Buenos Aires.
Y es que forma no había en aquella ribera del Río La Plata, de contener la moquera
tumultuaria. Pero ya vendrán otros campeonatos mundiales, de ingesta similar y
goles parecidos; así es que no hay que perder la pampera esperanza de ver a la
tropa local – envuelta en la nube del confeti mediático – agitando después del
besuqueo metálico, la estatuilla - cumbre sin reclamo del mal gusto estético –
amarillo chillón.