Paisaje cubano: la mala
vida.
La miseria de un país,
cuando es de origen material, suele ir ampliando el cauce hasta desembocar en
delta poco profundo pero ramificado: la insensibilidad. A esas alturas
de travesía, los sedimentos, la porquería que arrastra el río de la mala vida se
han esparcido de tal forma, en tal magnitud, que es difícil imaginar otras
aguas que no sean tan turbias. Agredir las orejas del vecindario con cualquier mierda
que suene en un reproductor de sonidos o con cualquier palabreja que explote
junto a la ficha en un juego de dominó a la intemperie, es pan habitual, y pan
comido quiérase o no. Promover una pelea entre dos perros que se desmiembran frente
al ojo público, es acíbar para algunos, para otros ajenjo que se bebe impune.
Desguazar una ballena Orca, un cachalote, un tiburón que se atrevió a bajar
hasta paraje tan primario como una playa del occidente cubano, es ejercicio de
supervivencia que permite reanimar en la sartén de esa mala vida, una
existencia amorfa e insensible que se limita a macerar entre los molares
cualquier cosa que permita seguir malviviendo.