viernes, 26 de diciembre de 2008

To be or not to be ? El eterno dilema.

En 1996 Alanis Morissette, una nena canadiense de apenas 22 años en ese entonces, estremeció a su antojo al respetable presente en el Phoenix Festival de Stratford Upon Avon, Reino Unido, con interpretaciones de su disco primogénito Jagged Little Pill.

Conocedora del peso en quilates que la historia reserva a la festivalera y farandulera ciudad británica, cuna y sepulcro del dramaturgo, actor y poeta William Shakespeare, el chosen one, el non plus ultra entre los escritores de lengua inglesa ( ¿según los ingleses? ) , la jovencita se atrevió a silenciar momentáneamente al quórum con una pausa filosófica entre los temas You oughta know y Hand in my pocket.

To be or not to be? , resonaron las palabras del Principe Hamlet desde un chillido agudo y mal ecualizado. Fue algo así como pedir referencias sobre la obra de e. e cummings o los escritores norteamericanos de la Generación Perdida, en un merendero a orillas de una autopista interestatal en los Estados Unidos. La pausa y el des-concierto fueron breves: un par de tenis desplazándose como misiles en dirección al perfil derecho del rostro de Alanis Morissette devolvieron al espectáculo su ritmo habitual. “Con las manos en los bolsillos nos muelen a leña”,pensó a coro la Banda, y haciendo alarde de un sincronizado instinto de conservación, comenzó a tocar el tema sin que mediara señal de la diva.

Quien me lee pensará que quien escribe deliraba en primera fila aquella noche en el Phoenix Festival de Stratford Upon Avon, y que hasta pudo haber visto - con estos ojos que se llenarán de tierra - pasar volando sobre su cabeza, con rumbo al escenario, aquellos tenis nauseabundos que devolvieron el orden constitucional. Pero no fue asi. Justo en ese momento me las arreglaba yo para hacer mil cosas a la vez que eran todas lo mismo: sobrevivir en La Habana del fin de los tiempos. Y no obstante, el berrido mal colocado de la cantante, Atlántico y todo lo que dentro de este se pusiera de por medio, ya calaba profundo en mi pensamiento. Tanto así, que en el escuálido invierno habanero del 2001, un grupo de locos de esos que el Apóstol llamaría cuerdos, tuvo la osadía de publicarme un libro - Pasajero del Invierno - en el que me atreví a colocar un texto (en realidad me atreví a colocarlos todos ) con mis elucubraciones sobre El eterno dilema. Y aquí les dejo el texto cocinado:

Monólogo

Como un ligero movimiento de péndulo,

la diferencia es mínima entre ser o no ser.

Ser, o recortar el abrazo,

asumir el enigma como al roce de las horas, o no ser.

En brecha tan falsa

un óleo del intento pudiera desplazar al dibujo original

pero aborta su derecho a contar otra leyenda.

Ser, o renunciar al abismo

y encender una luz para salvar la caída.

Resignarse a creer que morir es dormir..tal vez soñar

por odiar la sentencia con amor, o no ser.

¿Imitar otra voz y anular la propia?

Ser, o aceptar el indulto la primera vez.

Compartir un argumento, o no ser.

Reciedumbre del monólogo,

las palabras se vuelven torcedura gordiana.

Alternando en el péndulo

se atropella mi sombra.

Esta es la cuestión.


sábado, 20 de diciembre de 2008

Acerca de La Palabra Poética , ensayo del narrador, poeta , ensayista y crítico cubano Cintio Vitier. Creo que era más cómodo decir simplemente: escritor.

Segunda parte (final)

Por lo pronto, dejaremos en campo abierto la pregunta para entrar en lo que considero el núcleo del discurso en La Palabra Poética. A través de todo el ensayo, en cada etapa del mismo, se defiende la escritura que no busca un diálogo sino una participación de solitarios. Cintio Vitier insiste en hacernos comprender que ..la palabra no es una cifra dichosa..sino un silencio que golpea en los orígenes..Su esencia no es diálogo, pero si participación. Su actitud definitivamente se torna fundamentalista a favor de ese latido del silencio de la palabra que nos constituye y a la que algunos hombres, más allá del diálogo y el discurso, pertenecen y se entregan. Y no está errado el autor, solo que tal vez debió admitir que, en la simbiosis intangible que aglutina al artesano, al escultor de la palabra, con su única herramienta de trabajo : el lenguaje, se genera una especie de intercambio dialógico, si se quiere, supraracional, donde construimos y deconstruimos constantemente las imágenes ya visibles en el papel, partiendo en todo momento de las silentes pero palpables señales o respuestas que el lenguaje (ya impreso) nos proporciona para establecer comparaciones mediante las cuales deducir si el uso que vamos haciendo del propio lenguaje está acorde o no con el dominio que ya poseemos del mismo. De cualquier forma, para entender, y sobre todo, para aceptar esta idea, debemos evadir el diálogo racional, despojarnos de conceptos preestablecidos y centrarnos en la sentencia lezamiana cincelada en su ensayo “A partir de la poesía”, que reza: es para mi el primer asombro de la poesía, que sumergida en el mundo prelógico, no sea nunca ilógica. Solo así, casi alucinados, creyendo siempre en el poeta como guardián de la sustancia de lo inexistente, como posibiliter (J.Lezama Lima, “La dignidad de la poesía” ) ,reconoceríamos la probable existencia de estos diálogos, a veces esquivos, que entablamos con el lenguaje y en los cuales lo que destruimos sabemos que nos es inferior, mientras que lo que nos destruye nos vuelve creadores en la huida. (J.Lezama Lima, “La dignidad de la poesía” ).

Como norma, la elaboración de un texto poético digno requiere un intenso trabajo , digamos de orfebrería. Sabemos que detrás del magnetismo abrasivo que sentimos ante el poema exquisito, hubo una dura faena que comenzó quebrando la inercia con el estremecimiento, y avanzó en la incertidumbre que genera la certeza de saber que tenemos algo que decir y que tenemos que decirlo sabiamente.

Pero seriamos demasiado categóricos, extremistas , algo no compatible con nuestra posición, pero palpable en el capítulo “Génesis y descendimiento” del ensayo abordado, si no aceptamos ( más allá de la existencia del Movimiento ), que en algún momento de la escritura poética no automática, pudiera estar presente el fluir del subconsciente, el automatismo surrealista. Y hablo de un auténtico instante creativo y no de una avalancha, a priori, de la escritura automática ideal. En “The use of poetry and the use of criticism” (Función de la poesía y function de la crítica ) Tomas Stearns Elliot dijo que solo una parte de las imágenes de un poeta proceden de sus lecturas, el resto procede de su entera vida sensitiva desde la más temprana niñez. Y esos registros, pudiéramos abundar, van quedando impresos en nuestra corteza, prestos a salir desde el subconsciente en dos formas distintas: una como tromba desequilibrada que no trasciende el simple ejercicio creador de algo, y otra como llovizna que tamiza y refresca, en este caso, el suceso poético, y porqué no, que lo provoca. No pocos poetas afirman que al menos uno entre sus mejores textos fue obra de algún impulso definitivo que no requirió correcciones posteriores. ¿No ejemplifican esos casos de fluencia psíquica profunda, el fluir del subconsciente.

El vasto espectro reflexivo en que se mueve la palabra poética nos permite disgregarnos o congregarnos según nuestras opiniones y nuestra actitud ante el enigmático feudo de la poesía. Sea como fuere, aquellos que avanzamos por la senda de la palabra como oficio, sabemos que lo más importante es entregarnos a la escritura y la confrontación, recluidos en uno mismo, como un brutal ermitaño que vocifera hacia otro ermitaño. Mi entorno vital es la palabra esculpida, e intento defenderla bellamente.

martes, 16 de diciembre de 2008

Acerca de La Palabra Poética , ensayo del narrador, poeta, ensayista y crítico cubano Cintio Vitier. Creo q era más cómodo decir simplemente : escritor.

Primera parte

No existe elemento o símbolo más contundente que el lenguaje,la palabra,para demostrar nuestra supeioridad como especie. Tal es asi que, descontando la posición erguida y el empleo de herramientas con el apoyo de la facultad prensil de la mano, se convierte en el más sólido argumento que ostentan, acaso inconscientemente, las multitudes – la masa cárnica,diría Eduardo del Llano - para salvar su condición humana.

Pero además,irónicamente, ha sido el empleo más o menos preciso, más o menos digno del lenguaje, como complemento del pensamiento, o como instrumento de trabajo, lo que ha sustentado, históricamente, la única grieta o diferencia entre humanos, en mi criterio, socialmente insalvable: la intelectual.

Partiendo de aquí, no es difícil imaginar porque Sócrates (470 – 399 a.c) evadió la palabra escrita y prefirió el camino de sus diálogos “dialécticos” para acercarse y cuestionar la sociedad ateniense 2500 años atrás. Su aversión ante la voz impresa podría ser tomada más como respeto ante el influjo críptico, que como simple rechazo. Más no debemos olvidar que incluso, tal vez, la máxima del clásico racionalista : “conócete a ti mismo”, pudiera arrojar algo de luz sobre su quizás limitada capacidad como amanuense. Sócrates dominó las claves de la mayeútica, la ironía y la dialéctica, pero debió esperar el turno de Platón y Jenofonte para ganar la causa de la inmortalidad.

Es innegable la reverencia ancestral que se le debe a la palabra esculpida con y como oficio, no solo por su valor histórico y cognoscitivo, sino, y sobre todo, porque abrió una- otra manera de mostrar, entender o interpretar la vida, el Mundo, el Universo todo; algo así como un replanteamiento de la realidad como conjunto, pero ahora partiendo de una dimensión estética.

En la primera parte de su ensayo La Palabra Poética, denotada, “La escritura y la voz”, Cintio Vitier señala que Sócrates ..confía más en el diálogo que en la participación como fundamento de la ciudad , definiendo participación como el acercamiento a la palabra escrita. Vitier expone la conducta socrática, cuya causalidad se avala por el temor ante la majestad muda de la palabra escrita. Su referencia es precisa, pero necesariamente fugaz, pues su intención es sumergirse de inmediato en los abismos de una voz mayor que nuestra propia voz, en el sendero sin retorno que indica, tomando la impecable definición de J. Lezama Lima en “La dignidad de la poesía”, la marcha de lo real hacia la imagen. Los argumentos expuestos al comienzo de este artículo intentan discernir, esclarecer aun más, desde una pausa más prolongada, el por qué de la posición socrática, pero siempre desde una postura radical a favor de la palabra escrita, y sobre todo, de la palabra poética.

Por otra parte, al abordar la postura de Heráclito en torno a “La escritura y la voz”, las razones esbozadas por el ensayista se vuelven imprecisas, en mi criterio, por una causa mayor: lo difícil que resulta engarzar en un criterio coherente y creíble la teoría de “todo fluye”,de que no podemos descender dos veces al mismo río, con la palabra poética. Es decir que, aunque la creación poética significa en una primera etapa un ejercicio productivo y dinámico del pensamiento (todo fluye) y en una segunda la abolición del poeta que escribe,y el nacimiento del poeta que lee ( intertextualizando aquí palabras del ensayo “Recapitulaciones” de Octavio Paz ); una vez escrito el poema,el flujo podría cesar,e indefectiblemente ,una vez releído se estancaría la corriente y comenzaríamos a descender hacia profundidades ya conocidas.

En el ensayo La Palabra Poética, Cintio Vitier no aborda directamente los postulados fundamentales de Heráclito, apenas dice de aquel que escogía la polaridad del cambio irreversible frente a la parquedad de la palabra inmóvil. Y una vez más, parece necesaria la parquedad, quizás como soporte adhesivo de la causa mayor, del tema central. Pero el ejemplo, la referencia, no parece ahora tan exacta, porque nuestra inevitable remisión al pensamiento cardinal de Heráclito, tocado allí de soslayo, pudiera hacernos dudar ( por lo ya dicho ) de su validez para apoyar el discurso ensayístico. No obstante, si invertimos los términos, comprobaríamos que las máximas de Heráclito ofrecen, como tema, terreno muy fértil para el crecimiento del pensamiento reflexivo y de la poesía. Para ejemplificar lo dicho, bastaría leer “El río de Heráclito”, un hermoso poema del poeta,dramaturgo y novelista cubano Antón Arrufat, donde sentimos fluir, más allá de la palabra, la sensibilidad humana en cualquier circunstancia, tiempo, luga, ¿o será tan solo la superior capacidad de asombro del poeta lo que allí discurré?