Una bandera de piedras ondea al viento.
En febrero de 2005, aún en la ínsula, incursioné como participante en el Salón de Artes Plásticas de La Habana Vedasto Acosta, con sede en San José de las Lajas. Por única vez, que lo mío es el sufrimiento primigenio frente a la cuartilla en blanco, y el secundario frente a la página escrita. La matraca me venia sonando en la cabeza desde hacía meses, y allí me aparecí con dos sacos de escombros de construcción para montar una instalación. Tampoco fue cosa de llegar y plantar, literalmente, mi bandera; el argumento requirió consulta previa y devaneo posterior. Escombros es lo que sobra en las dos Habanas, intramuros o intraguardarrayas; eso bien que lo sabía y los vadeaba yo a diario. No obstante, ingenuo párvulo incursionador en malabares plásticos, pensaba que sería difícil encontrar el “material” adecuado; pues el proyecto requería de piedras, pedazos de bloques, de ladrillos, de tuberías plásticas o metálicas, con al menos una cara de color entero, rojo o azul. El recelo duró lo que dura un merengue en la puerta de un colegio: ya sea en La Habana citadina o en la anodina, los escombros se amontonan hasta por colores. Y en la galería me aparecí con una bandera cubana en dos sacos llenos de cualquier cosa. Nada nuevo bajo el sol, pero fue al menos la muda, visual manera de que me valí para vigorizar el grito que en la garganta se ahogaba. Las franjas blancas de la insignia se redimieron con uno de los sacos en función de jergón de los sedimentos, aunque el día de la inauguración del Salón se me ocurrió que bien pude haber utilizado las lozas blancas del piso como sustento. Estrella nunca hubo, apenas un clavo sembrado en un pedazo de piedra, cerca del sitio donde debió estar aquella que ilumina y mata. Presumo que al jurado se le atoraba grito similar al mío porque hasta mención me dieron por el desahogo. Preguntas no faltaron – capciosas incluidas – al amontonador de piedras, respuestas no se dieron. Y así durante todo un mes, un símbolo patrio más concreto – doblemente concreto – flameó en aquel rincón del terruño.