jueves, 19 de mayo de 2011



Diálogos en un guijarro.

En 1976 la editorial Emecé publicó con el título Diálogos Borges-Sábato , las conversaciones que entre finales de 1974 y marzo de 1975, sostuvieron en casa de la pintora uruguaya Reneé Noetinger, Jorge Luis Borges y el finado más fresco de las letras hispanoamericanas, el también gaucho Ernesto Sábato. De mutuo acuerdo dejaron fuera del tintero los temas políticos, arena en la que por aquel entonces rivalizaban. Fue la única ocasión en la que los dos escritores se reunieron públicamente y decidieron aceptar la divulgación de sus conversaciones. El también escritor y periodista argentino Orlando Barone actuó como gestor, moderador y editor de las amenas charlas entre los dos hombres eternos; aunque Borges nunca creyó en la eternidad literaria. A propósito de la reciente muerte de Ernesto Sábato, la gaceta “Ojo”, publicación que ve la luz impresa en Costa Rica una vez al mes, acaba de “sacar” en su último número (18 de mayo-18 de junio) un fragmento de aquellas conversaciones antológicas. (E. Sábato: S; J.L. Borges: B) Allá va eso ¡!

B: …Antes podíamos estar toda la noche hablando sobre literatura o filosofía. Era un mundo diferente. Ahora me dicen se habla mucho de política. A nosotros nos preocupaban otras cosas. No se hacía ninguna referencia a las noticias cotidianas, fugaces.

S: Sí, eso es verdad. Tocábamos temas permanentes. La noticia cotidiana, en general, se la lleva el viento…

B: Claro. Nadie piensa que deba recordarse lo que está escrito en un diario. Un diario, digo, se escribe para el olvido…

S: Sería mejor publicar un periódico cada año, o cada siglo. O cuando sucede algo verdaderamente importante: “El señor Cristóbal Colón acaba de descubrir América”. Título a ocho columnas.

B: (Sonriendo) Sí, creo que sí.

S: ¿Cómo puede haber hechos trascendentes cada día?

B: Además, no se sabe de antemano cuáles son. La crucifixión de Cristo fue importante después, no cuando ocurrió. Por eso jamás he leído un diario, siguiendo el consejo de Emerson, que recomendaba leer libros, no diarios.

(…)

S: Un gran escritor no tiene por qué crear buenas personas. Ni Raskolnikov ni Julien Sorel, por citar algunos, pueden juzgarse como buenas personas. Casi nadie en la gran literatura.

B: Hay una frase de Kipling que escribió al final de su vida: “A un escritor puede estarle permitido inventar una fábula pero no su moraleja”. El ejemplo que eligió para sostener su teoría fue el de Swift, que intentó un alegato contra el género humano y ahora ha quedado Gulliver, un libro para chicos. Es decir: el libro vivió, pero no con el propósito del autor.

(…)

S: Es curioso lo que pasa con los enciclopedistas. De nuevo la duplicidad del escritor, entre lo que se proponen y lo que les sale…

B: Ahí está, sin ir más lejos, la Revolución Francesa.

S: Sí. Decapitan a media Francia en nombre de la Razón. Cada vez que los teóricos invocan al hombre con H mayúscula hay que ponerse a temblar: o guillotinan a miles de hombres con minúscula, o los torturan en campos de concentración.

B: No sé que escritor dijo: les idées naissent douces et vieillisent féroces. “Las ideas nacen dulces y envejecen feroces”

S: Hermosa frase!. Recordemos las cosas feroces que se hicieron en nombre del Evangelio. Y las atrocidades que hizo Stalin en nombre del Manifiesto Comunista.

B: ¡Qué extraño! Nada de eso ha ocurrido con el Budismo.

S: (Con tono excéptico) Pero dígame, Borges, ¿a usted le interesa el Budismo en serio? Quiero decir como religión. ¿ O sólo le importa como fenómeno literario?

B: Me parece ligeramente menos imposible que el cristianismo. (Ríen). Bueno, quizá crea en el Karma. Ahora, que haya cielo e infierno, eso no.

S: En todo caso, si existen, deben ser dos establecimientos con una población muy inesperada.

Barone: ¿Y qué opina de Dios, Borges?

B: (Solemnemente irónico) ¿Es la máxima creación de la literatura fantástica! Lo que imaginaron Wells, Kafka o Poe no es nada comparado con lo que imaginó la teología. La idea de un ser perfecto, omnipotente, todopoderoso, es realmente fantástica.

S: Pero dígame, si no cree en Dios ¿por qué escribe tantas historias teológicas?

B: Es que creo en la teología como literatura fantástica. Es la perfección del género. (…) Tengo discusiones con Bioy Casares sobre esto de la literatura fantástica y la literatura fantástica de la Revolución Industrial. Le digo que es más fácil creer en talismanes que en máquinas.

S: Tiene razón. La invención de Morel, de Wells, es una obra magnífica. Pero personalmente la habría preferido sin máquinas ni explicaciones.

B:…Uno acepta un talismán, digamos un anillo que hace invisible a los hombres; en cambio Wells tiene que recurrir a experimentos químicos y eso es menos creíble. El anillo sólo exige un acto de fe, lo otro, todo un proceso.

(…)

Barone: Siempre me pregunté, cómo será traducir a idiomas como el chino, por ejemplo.

S: Eso nunca se podrá comprobar (Risas) Si ya con lenguas indoeuropeas es imposible la traducción, podemos suponer lo que será pasar a lenguas como el chino. En rigor, cualquier traducción es falsa, no hay equivalentes exactos.

B: Eso es culpa de los diccionarios, que han hecho creer que hay equivalentes y no los hay. Y también de los traductores que no comprenden que no es lo mismo traducir una obra de la que han transcurrido centenares de años y otra contemporánea.

S: Bernard Shaw dijo: Una lengua común nos separa. Un aforismo casi hegeliano.

(…)